Pedro Reino devolvió la voz a los silenciados de Ambato

Durante siglos, la historia oficial de Ambato, la que se enseña en las aulas, se declama en los desfiles y se celebra en las efemérides, ha sido contada desde un solo ángulo: el de los vencedores, los “próceres”, los apellidos ilustres que ocuparon los altares cívicos de la independencia. Sin embargo, tras los mármoles y los discursos, existía otra historia, dolorosa y humana, que fue deliberadamente silenciada: la de los hombres, mujeres y niños africanos esclavizados y vendidos en los mercados de esta misma ciudad, por manos que también firmaron actas de libertad.
Ese silencio, profundo y vergonzoso, fue roto por la voz valiente del cronista ambateño Pedro Reino, quien, con rigor, sensibilidad y coraje intelectual, se atrevió a mirar los archivos con otros ojos. Su obra El componente africano colonial en Tungurahua abre un capítulo inédito en la historiografía local y cuestiona el relato heroico y excluyente que se repite año tras año. Reino, con la paciencia de un arqueólogo de la verdad, desempolvó documentos notariales, testamentos, escrituras de venta y registros eclesiásticos donde Ambato aparece no solo como tierra de independencia, sino también como un punto clave en el comercio de seres humanos traídos desde África.
En sus páginas, Ambato deja de ser únicamente la “ciudad de los tres Juanes” para convertirse en un territorio donde se explotó y se lucró de la esclavitud. Nombres como Teresa Flor o Mariano Egüez, celebrados por su papel en la independencia, también figuran como propietarios o comerciantes de personas esclavizadas. La Iglesia, las familias adineradas y las haciendas fueron parte activa de un sistema de deshumanización que duró más de dos siglos. Cada escritura de compraventa, de Roque Jacinto, María Juliana Matute o Tomás Colorado, representa una vida arrancada, una historia interrumpida, una dignidad negada.
El trabajo de Pedro Reino no es solo un aporte histórico: es un acto de descolonización del conocimiento. En un país que aún se resiste a mirar sus heridas, Reino nos obliga a confrontar la contradicción entre la libertad proclamada y la esclavitud practicada. Nos muestra que la independencia no fue igual para todos, que la palabra “ciudadano” tuvo color y condición, y que la verdadera emancipación aún está pendiente si no reconocemos el papel de los afrodescendientes en la construcción de nuestra sociedad.
Releer la historia desde sus márgenes es también un gesto de reparación. Ambato tiene una deuda con sus hijos afrodescendientes, quienes durante generaciones han vivido entre el olvido y el estigma. Esta ciudad, orgullosa de su cultura y de su espíritu solidario, tiene la oportunidad de ser ejemplo de memoria y justicia histórica. Reconocer lo que Reino documentó no es un acto de culpa, sino de madurez colectiva: entender que la libertad celebrada el 12 de noviembre no fue plena mientras existieron cadenas, y que la historia del Ecuador no está completa sin la voz africana que la sostuvo, nombrar a los silenciados podremos construir una Ambato verdaderamente libre, diversa y justa. (O)
