Entre la memoria y el amor

Cada 2 de noviembre, miles de ecuatorianos nos detenemos un instante para mirar al cielo y sentir que nuestros seres queridos nos acompañan. Es el Día de Finados, un momento para recordar con amor a nuestros ancestros.
Es un día de encuentro con la memoria, con la gratitud y con el amor que trasciende la vida.
Esta tradición tiene raíces ancestrales. Los pueblos originarios ya honraban a sus muertos con ofrendas, comidas y cantos, porque creían que los espíritus regresaban al mundo de los vivos para acompañar a quienes seguían caminando en la tierra. Con la llegada de la colonia y la influencia del cristianismo, estas prácticas se unieron con el Día de los Fieles Difuntos, creando la celebración mestiza que hoy conocemos.
La colada morada, los guaguas de pan, las flores y los alimentos que preparamos no son simples costumbres: son mensajes de amor, cuidado y recuerdo. Cada gesto es una forma de decir: Te recuerdo, te honro y tu vida sigue viva en mí.
Recordar a nuestros ancestros y seres queridos no es aferrarse al dolor, sino reconocer la herencia que nos dejaron, sanar nuestro corazón y fortalecer nuestra conexión con la vida. Cada historia, cada consejo, cada abrazo invisible que nos dejaron, nos acompaña aún hoy.
Encender una vela, compartir la colada morada o simplemente pensar en ellos con cariño, son rituales que trascienden el tiempo y el espacio. Son puentes que nos permiten sentir su presencia y mantener viva su memoria.
El Día de Finados nos recuerda que la vida continúa, que nuestros ancestros viven en nosotros y que cada recuerdo es un acto de amor. Las lágrimas, las risas y los aromas que compartimos durante este día son testigos de que el vínculo con quienes amamos nunca se rompe.
Un dato interesante, es que justamente esta fecha coincide con el día de las almas, visitar a nuestros ancestros y agradecer por su legado. (O)
