Ni gobernantes sordos ni Lázaros olvidados

Este domingo, en todas las parroquias, se leerá un pasaje del Evangelio según San Lucas (16, 19-31): la parábola del rico y Lázaro. No es un relato sobre el más allá, sino una fotografía del presente. Jesús desnuda la indiferencia: un hombre que banquetea todos los días y un mendigo a su puerta, invisible, despreciado, ignorado,… La tragedia comienza en la puerta de la casa del rico.
Ecuador, estos días de paro nacional, vuelve a parecerse a esta escena. De un lado, un gobierno que decide eliminar subsidios, argumentando que es un peso insostenible para el Estado y un beneficio injusto que no llega a los más pobres. Del otro lado, una parte del movimiento indígena, que protesta replicando que la medida golpea sus bolsillos, cosechas, transporte y su vida cotidiana. En el medio, un pueblo atrapado entre carreteras con obstáculos; violencia; enfrentamientos entre manifestantes, policías y militares; pérdidas millonarias y ciudadanos que quieren transitar sin sobresaltos.
No es la primera vez. En 2019, en 2021 y ahora en 2025, la historia se repite: un gobierno que anuncia austeridad y dirigentes indígenas que responden con levantamientos. Como el rico de la parábola, el poder político parece no escuchar a los profetas de hoy, que gritan desde las calles. Y como Lázaro, los más pobres siguen esperando que los subsidios caigan como migajas de la mesa del Estado.
La violencia, sin embargo, no puede justificarse. Quemar un cuartel de policía; atacar bienes públicos y privados; imponer el miedo y obligar el cierre de negocios y atentar contra vehículos no cambia el fondo del problema: lo agrava. El derecho a protestar no equivale al derecho a destruir. Y la obligación de gobernar no puede reducirse a aplicar medidas económicas sin antes tender puentes de diálogo.
El Evangelio nos recuerda algo esencial: el abismo entre el rico y Lázaro se construye aquí y ahora, con indiferencia, sordera y desprecio. Hoy, Ecuador corre el riesgo de cavar un abismo mayor entre los que protestan y los que gobiernan, entre quienes exigen trabajo y los que imponen el caos.
El país no necesita gobernantes sordos ni Lázaros olvidados esperando migajas. Necesita un gobierno con sensibilidad social y una ciudadanía capaz de protestar sin violencia. Los ciudadanos necesitan un Estado con oportunidades para todos. Solo reconociéndonos como hermanos podremos cerrar los abismos que nos dividen. (O)