Cuando no hay diálogo

Columnistas, Opinión

Ecuador vive una confrontación de dimes y diretes, la corrupción, los famosos paros, el crímen organizado, ciertos dirigentes indígenas y sindicales que cuando les quitan privilegios, ponen en jaque a un Estado y a una débil democracia para deslegitimarla, la misma que  ha entrado en crisis; mientras los más vulnerables, los trabajadores del campo, pequeños comerciantes, empleados privados y públicos.  Estudiantes que cargan con las consecuencias de un sistema político incapaz de construir consensos. Y es el resultado inevitable de décadas de sordera mutua, donde el orgullo político supera el bien común; Ecuador merece líderes que privilegien el diálogo sobre la confrontación; y la coherencia sobre la necedad.

Peligrosamente, la política dejó de ser una discusión de ideas para convertirse en una expresión de odio y nefastos intereses. La polarización que hoy satura el clima político es el síntoma de una crisis estructural y persistente, después de la muerte cruzada y luego del último proceso electoral, al margen de lo ideológico, fue una expresión de hartazgo social con una dirigencia que, durante más de una década, confundió gobierno con reparto de privilegios, gestión con propaganda, y disenso con traición. Esta fue la respuesta mayoritaria de una cultura, política forjada en la simulación, la dependencia y la impunidad. Ecuador degradado por años de hegemonía populista, no eligió un proyecto, sino romper con lo que estaba vigente. Pero como suele ocurrir en los márgenes de toda denominación quedan los escombros del poder fugado. Y, muchas veces quienes se dedicaron a construir autoridad sobre la base de la sumisión al líder, la supuesta doctrina infalible y el antagonismo feroz, son los primeros en recurrir a la violencia cuando el sistema que los legitimaba se cae a pedazos y, peor aún, amenaza con seguir manteniéndolos alejados del poder. 

El actual gobierno, a su estilo, toma medidas justas, necesarias y valientes. El entusiasmo ciudadano se hiela ante una política convertida en espectáculo grotesco, hoy se necesita una reforma estructural que debe empezar por lo moral, las paralizaciones sólo conducen a la violencia, pero también se les puede combatir con instituciones que funcionen, con debates que iluminen en lugar de incendiar, con una ciudadanía que exija, pero que también se comprometa. Esta en juego mucho más que un recambio de nombres en las funciones del Estado. Esta en juego un mejor Ecuador sin paralizaciones. (O)

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