Un pacto empieza en la mirada

Columnistas, Opinión

En los espacios más cotidianos -la calle, el lugar de trabajo, la plaza, el campo, la oficina- se cruzan las miradas de quienes, aun siendo distintos, comparten un territorio común. El ciudadano transeúnte y el ciudadano periodista; el trabajador y el empresario; el vecino campesino y el vecino profesional; el joven que anhela y el adulto mayor que se enternece: todos participan, consciente o inconscientemente, en la creación del clima social que nos envuelve.

De esas miradas, gestos y conversaciones surgen voces que orientan el ambiente, modulan los sentimientos y empujan la formación de ideas. Allí se originan también las demandas que, con el tiempo, derivan en transformaciones sociales, económicas y políticas. Nada ocurre en el vacío: antes de que un reclamo se exprese públicamente, antes de que una consigna se vuelva colectiva, antes de que un cambio se discuta en instituciones, ya ha germinado en esos cruces silenciosos y múltiples.

Cuando las narrativas se encuentran -las del que vive la realidad y las del que la relata; las del que produce y las del que decide; las del que sueña y las del que recuerda- el sentimiento se verbaliza. Ese sentimiento define el clima social, orienta las emociones colectivas y da forma a un pensamiento que, tarde o temprano, se traduce en compromiso, exigencia y observancia.

Pretender abstraerse de esta verdad sería ignorar la naturaleza misma de la vida pública. Ningún cambio sólido nace únicamente desde arriba, como tampoco basta la indignación dispersa desde abajo. La fuerza que transforma surge del reconocimiento mutuo, de la convergencia entre experiencias diversas y de la articulación honesta de las percepciones ciudadanas.

Por eso urge adecuarnos a esa presencia, asumirla sin temor ni evasivas. Si realmente aspiramos -todos, en mayor o menor medida- a reconstruir nuestra norma de conducta y a forjar un nuevo pacto social, debemos anclarlo en la realidad actual y en la proyección futura que deseamos construir. 

Un pacto que no sea abstracto ni impuesto, sino nacido de la escucha, del diálogo y del reconocimiento recíproco.

Para que lo dicho se convierta en realidad y garanticemos como colectivo sin discrimines: seguridad, desarrollo y progreso, habremos de pronunciarnos positivamente el próximo 16 de noviembre y validar nuestra voz en favor de que se autorice la instalación de bases militares extranjeras en el territorio nacional, que se elimine el financiamiento estatal a los partidos políticos y movimientos políticos, que se reduzca el número de asambleístas nacionales; y se, autorice la convocatoria de una asamblea constituyente para reformar o redactar una nueva Constitución.

Al final, la pregunta no es si necesitamos un acuerdo, sino si estamos dispuestos a mirar al otro para empezar a construirlo. Allí -en ese gesto sencillo pero decisivo- comienza toda posibilidad de cambio.

Una vez más, la decisión está en sus manos.  (O)

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