La servilleta

Columnistas, Opinión

Alguien explicaba la forma en que hay que vivir la vida, y decía: Haz de cuenta que, durante el día, cada cosa que hagas (ya sea solo o acompañado) será grabada y reproducida a la noche en pantalla gigante para familiares, amigos y conocidos, quienes verán en primera fila todo lo que has hecho o dejado de hacer. Además, cada uno de tus pensamientos se transmitirán como subtítulos.

¿Estás preparado para desnudar tu vida? ¿Querrás que se develen tus secretos más intrincados? ¿Hay algo que te haría sentir incómodo?

Siempre dejamos un legado a nuestra decendencia y a la sociedad. Incluso de quien vivió y murió sin pena ni gloria, o de quien, por el contrario, siendo prolífico, forjó su nombre en los anales de la grandilocuencia; en cualquier caso, seguro su vida impactó positiva o negativamente en al menos una persona.

Por eso, si la decisión es enteramente nuestra, ¿por qué no vivimos de forma que lo que vean en esa pantalla sea solo virtud y mentoría para otros?

A propósito, hay una anécdota interesante de Leonardo Da Vinci, a quien, como es sabido, se le atribuyen más de cien impresionantes inventos. Pero, hay uno en particular, el más sencillo, elemental y doméstico que pueda imaginarse y que en comparación con aquellos inventos de alta ingeniería y muy adelantados a su tiempo, vendría a ser algo completamente impropio con la genialidad desbordante de Da Vinci, tanto, que más que invento podríamos decir que fue solo una “muy buena idea”.

El caso es que Da Vinci no contento con ser músico, arquitecto, escultor, pintor, inventor e ingeniero, también quiso ser chef; estrella que, sin embargo, no pudo lucir con el mismo brillo que el resto de sus dotes. Un día, el maestro preparaba una cena para el duque de Milán y se le dio por corregir la pésima costumbre al comer que hasta entonces tenían los nobles de limpiarse las manos y la boca con el mantel principal o en el pelo de conejos amarrados a las patas de la mesa. A partir de allí, Da Vinci habría dispuesto en sus comidas colocar un paño individual de tela apostado frente a cada comensal. Más tarde ese “invento” recibiría el nombre de servilleta.

De ser cierta la anécdota, diríamos que esta idea, sencilla pero grandiosa, ha tenido un impacto tremendamente práctico en la vida diaria de millones de personas.

Por eso, no le pido que mañana usted compita con Da Vinci pintando otra Gioconda o inventando un submarino invisible, basta con que se esfuerce cada día en ser mejor persona que ayer; ese solo hecho marcará un legado de dimensiones colosales en propios y extraños, porque al igual que la servilleta, los gestos que lo delaten como “buena gente” tal vez sean pequeños, simples y pueda que hasta pasen desapercibidos, pero serán suficientemente meritorios como para ser mostrados en pantalla gigante. (O)

Deja una respuesta