Pensando desde la orilla

Columnistas, Opinión

Mucho se habla del quinto río, relacionado como símbolo de fuerza y unión de un pueblo marchando para proteger un recurso vital. Esa corriente, que suena a novedad, no está hecha de agua, sino de ciudadanía, salpicada de conciencia y un no sé qué de activismo. Un cauce humano que busca -recurrentemente- treinta años atrás según propias expresiones, asegurar que las fuentes sigan vivas para las futuras generaciones.

Sin embargo, al hacerlo y centrarnos solo en lo local, solemos perder de vista y olvidar la amplitud del territorio, la nacionalidad y la globalidad, independientemente de quienes se cuelen a la caminata buscando protagonismo.

El pensamiento restrictivo, generalmente y aun siendo parte de ella, nos aleja de la colectividad y de imaginar que ese “quinto o décimo río” bien podría ser pensado como el gran río del futuro: un caudal que aún no corre, una corriente que todavía no fluye y que depende enteramente de lo que hagamos hoy, en función de todos.

Un río potencial, no físico, pero sí latente, internalizado en la esperanza colectiva de alcanzar días mejores.

Ese río global y potencial, que lo anhelamos y lo llevamos dentro del espíritu, se llama Ecuador.

Porque sin excepción involucra a todo el vecindario; y deberíamos estar dispuestos a pensarlo en conjunto, sin mezquindad, sin exclusividad, sin parcelas priorizadas y sin picardías. Llamados a edificarlo con generosidad, devoción, convicción y solidaridad.

Aquellos que hemos superado la barrera de la invisibilidad, sostenidos ya en la edad; y, hemos dejado incluso de ser interesantes para encuestas, empleos y gobiernos… sabemos con seguridad que, no alcanzaremos a verificar ni a ser beneficiarios plenos del futuro y del progreso aparejado a un cambio urgente y necesario. Pero tenemos fe en que nuestras familias sí lo serán, siempre y cuando logremos abandonar la mezquindad filosófica y reiterativa de una historia idealizada que nunca -nunca- nos dejó un ápice de serenidad ni de mesura.

“Guerras pasadas, guerras condecoradas”, solía referir un sincero amigo y profesor universitario, en su afán de ubicarnos en la realidad de cara al futuro.

Abandonemos ese prurito de guerrear entre nosotros para rescatar la medalla del “orgullo intacto”, y percatémonos -aunque sea a la vuelta de un segundo- de que podríamos avanzar mucho más si nos ayudamos unos a otros, inmediatamente después de analizar y ponernos de acuerdo, una vez desbrozado el bosque.

No cabe exigir peras al olmo, cuando tenemos un país que se caerá a pedazos si no adoptamos decisiones, aunque suenen impopulares y actuemos ahora, pensando en los más chicos y en su porvenir.

No parece justo condenar a un gobierno que intenta -a toda costa- sacarnos del marasmo y del agotamiento físico y mental en que nos dejaron administraciones nefastas que nos complicaron la vida y hasta la forma de vivir.

Es hora de juntarnos. Es momento de engrosar filas y no de discutir por espacios. Es tiempo de avanzar y no de detenernos a escuchar los ayes lastimeros de quienes se acostumbraron a lucrar de los demás sin poner nada a cambio.

Las dádivas son un malgaste moral y físico. Aprendamos de una buena vez a ser dignos. Ayudemos a quienes de verdad necesitan, pero enfilemos nuestras voluntades y nuestro orgullo para salir adelante con la cabeza en alto, construyendo país, progreso y desarrollo. (O)

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