La muerte enseña a vivir

Columnistas, Opinión

En este espacio, usualmente, me ocupo de la economía, la política, el gobierno, la Asamblea Nacional o la inseguridad. Asuntos apremiantes, aunque no siempre trascendentales. En esta ocasión, elijo detenerme, respirar y ver más allá del ruido de la ciudad. A veces es necesario el silencio para escuchar lo que realmente importa: el misterio de la vida.

El 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, millones suspenden sus labores acostumbradas. Los cementerios se llenan de flores, ofrendas y recuerdos. Hay lágrimas, pero también sonrisas. Porque, al fin y al cabo, lo que duele no solo es la muerte, sino también el amor que no quiere dejar ir. Entre las tumbas y los rezos, se escucha una verdad profunda: la vida no se apaga, solo cambia de orilla.

Vivimos en un tiempo extraño. Las estadísticas revelan que millones de personas buscan consuelo en la inteligencia artificial para hablar del suicidio, la tristeza o la soledad. Es una radiografía silenciosa del alma humana, que parece haber perdido el rumbo. Pero hay palabras que no dejan de ser faro: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Jesús no ofrece una fórmula mágica, no promete evitar la muerte, sino vencerla. No ofrece explicaciones frías, sino compañía viva. No da argumentos, sino esperanza.

Creer en Cristo significa confiar que la vida no termina en el último suspiro, sino que se transforma. Quienes hemos amado y perdido a alguien sabemos que la ausencia duele, pero también enseña. Duele no abrazar, pero consuela recordar. Duele el silencio, pero alivia la certeza de que quienes partieron viven de otro modo. La fe nos enseña que ellos no se han ido del todo; permanecen en los gestos, las palabras, los consejos, las risas y hasta en los silencios que dejaron.

El Día de los Difuntos no debería limitarse a una visita anual al cementerio. Es una oportunidad para la reconciliarse con la vida. Mantener en la memoria a los que amamos es continuar amando. Y tener fe en la resurrección es confiar en que la muerte no es el final. Con su victoria, Jesús nos abrió un horizonte que no puede ser cerrado por ninguna tumba. Mientras haya alguien que recuerde y fe en el corazón, la vida tendrá siempre la última palabra.(O)

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