Entre pruebas de armas nucleares, el millennial burnout y una Constituyente

En Ecuador, a veces las cosas son tranquilas, otras caóticas, y muchas veces simplemente confusas, ¿verdad? Tristemente, leemos poco. No nos damos el tiempo —tan necesario— de escuchar nuestra voz interior. Nos encanta la novelería y la crítica ligera, casi siempre expresada desde nuestro pequeño metro cuadrado de confort.
En las noticias que resuenan entre quienes seguimos la diplomacia y los asuntos globales, preocupa profundamente la nueva orden de Donald Trump, quien ha dispuesto reanudar las pruebas de armas nucleares en Estados Unidos por primera vez en más de treinta años. Según él, la medida busca “mantenerse a la par de Rusia y China”, potencias que, al igual que EE. UU., cargan sobre sí el peso de incontables decisiones bélicas.
“Debido a los programas de pruebas de otros países, he dado instrucciones al Departamento de Guerra para que inicie pruebas de nuestras armas nucleares en igualdad de condiciones”, escribió Trump en sus redes sociales, momentos antes de reunirse con el presidente chino Xi Jinping en Corea del Sur.
Increíbles declaraciones para un líder que, en teoría, debería preocuparse más por la paz que por la guerra. Debería apostar por estrategias que promuevan una redistribución más equitativa de la riqueza, una sostenibilidad ambiental real y políticas migratorias más humanas. En definitiva, decisiones que piensen en las futuras generaciones y no solo en los intereses de poder.
Porque, siendo honestos: ¿ha contribuido verdaderamente Estados Unidos —potencia mundial por décadas— a mejorar la situación de las poblaciones más vulnerables del planeta?
Mientras tanto, en medio de estos vaivenes geopolíticos, se ha vuelto casi una tendencia sentir el famoso millennial burnout. Un reciente estudio de la Universidad de Melbourne revela que las personas nacidas entre 1981 y 1996 experimentan con frecuencia síntomas de agotamiento crónico. Las causas son claras: la presión constante por alcanzar la perfección, la precariedad laboral, la inestabilidad económica, la cultura del hustle (trabajar sin descanso y sentir culpa al pausar) y, quizá la más corrosiva de todas, la comparación permanente en redes sociales.
Y si aterrizamos desde ese escenario global hasta nuestra realidad local, el Ecuador de hoy camina entre el desconcierto y la esperanza.
Tras un paro nacional que generó pérdidas superiores a los 70 millones de dólares, el gobierno anunció que el precio del diésel se fijará en 2,80 dólares —una reducción de diez centavos frente al valor anterior— y que continuará descendiendo gradualmente. El ministro del Interior, John Reimberg, aseguró que “la política de control combate el contrabando de combustibles y la minería ilegal”. Sin embargo, lo que el pueblo exige es algo mucho más urgente: atención digna en salud, insumos en los hospitales, medicinas disponibles y un Estado que funcione.(O)
