El país de las encuestas y las dudas

Columnistas, Opinión




El 16 de noviembre volveremos a las urnas para decidir, en consulta popular y referéndum, temas de alto impacto nacional. Como ocurre habitualmente, las encuestas marcan el pulso del debate público. Unas anuncian el triunfo del sí, otras del no, y algunas acentúan el alto porcentaje de indecisos. Más allá de los números, el tema de fondo es otro: ¿todavía creemos en las encuestas?

La desconfianza no es nueva, tampoco injustificada. Las cifras de varias casas encuestadoras, los últimos procesos electorales, han estado lejos de los resultados finales. En algunos casos, errando por pocos puntos; en otros, las diferencias han sido tan amplias que resultan escandalosas. En un país donde la política se ha vuelto espectáculo, los sondeos de opinión dejaron de ser herramientas técnicas, para convertirse en instrumentos de manipulación emocional y mediática.

En tiempos de redes sociales, la víspera de las votaciones circulan “encuestas fantasmas” sin fuente, sin metodología, con gráficos falsificados y logos de marcas inexistentes, que buscan influir antes que informar. Los políticos, por su parte, las usan a conveniencia: si los favorecen, son proyecciones científicas; si los perjudican, son pagadas por los opositores. El resultado es una ciudadanía confundida en un sistema democrático frágil.

El problema no es exclusivamente ecuatoriano, a escala global, el trabajo de los encuestadores está expuesto a presiones políticas, intereses mediáticos y errores de interpretación. En muchos países, los sondeos de opinión son instrumentos para moldear percepciones, orientar campañas y condicionar el voto.

En el “Nuevo Ecuador”, el Consejo Nacional Electoral establece límites: las encuestadoras pueden publicar resultados hasta diez días antes del sufragio, precisamente para evitar que el final de las campañas se convierta en una guerra de cifras y rumores. Aun así, el riesgo persiste y los falsos resultados continúan apareciendo disfrazados de verdad.

Las encuestas no son oráculos, predicciones o pronósticos; son apenas fotografías de un momento preciso de la opinión de los potenciales electores, no retratos permanentes de la voluntad popular. Lo decisivo no deja de ser el voto informado, reflexivo y libre.

Frente a la próxima jornada electoral, el reto no está en creer en las encuestas o dejar de hacerlo, sino en impedir que ellas decidan por nosotros. La democracia no se construye con porcentajes, sino con principios. El voto responsable no sigue las tendencias, sino la conciencia. (O)

Deja una respuesta