Una ventana

El trajinar de la ciudad, la presión del trabajo y la bulla de la sociedad, nublan casi por completo la razón de lo que somos — humanos —. En ocasiones perdemos el nexo que nos une a la realidad, nos hundimos en arenas movedizas por perseguir quimeras que provocan efectos colaterales; erosionan el alma y vacían al cuerpo de sus emociones, de los sentimientos, que día a día los vamos perdiendo.
Pero existen bálsamos que curan la desesperanza, que brindan sosiego de forma gratuita. Con el acto de su presencia y su mirada, transmite paz y la seguridad de que esa jornada será de gran fortuna. En medio del caos y de la utópica productividad, el solo volver la vista a una ventana y encontrar su figura, nos trae de regreso al mundo, al hogar al que pertenecemos. El levantar su mano al despedirnos, asegura que ese día tendremos serenidad y buenas noticias.
Tan ciegos estamos, que al pensar su ausencia se nos quiebra la voz y su recuerdo entristece el alma. Pretendemos canjear lágrimas y gritos de angustia, por el abrigo de su abrazo, por una palabra de su consuelo, por la caricia de su mano. ¡Tarde, ya es muy tarde! Cuando estuvo, no la valoraste. Sin embargo, tu interés postergado e inesperada atención, nunca impidió que ella, sin esperar alguna retribución, siempre implorara para que tengas protección de los altos cielos.
Agradezco a la vida, mi reverencia a ese ser que ha permitido que posea este favor. A quien me concede la gracia que cuando me alejo de casa y que por errores he perdido el camino, que al sentir la angustia apretando mi pecho y la indecisión opacando mi pensamiento, yo pueda regresar la mirada y poder encontrarla. Gracias, porque cuando salgo para alcanzar mis sueños, siempre mi madre me despide con su bendición desde la ventana.
