Peligro/oportunidad

Columnistas, Opinión

La vida actual se ha convertido muy estresante, frenética, atropellada, violenta, insegura, repleta de maldad, incertidumbre y más complicada que nunca antes. Frente a ese escenario, somos testigos de que la mayoría de la población está perennemente angustiada y confundida, con desconexión social, desconsolada, sin fe, con enorme desconfianza, náufraga en la búsqueda del sentido de la vida y extraviada en el propósito de ésta. Con una sensación de que «el mundo ha dejado a Dios de lado» y una falta de una brújula moral que le ha llevado a un sentimiento de desconcierto sobre lo que es justo y verdadero.

Es muy cierto que, desde siempre, tanto por falta de orientación educativa como de objetividad de saber la importancia de crear buenas herramientas mentales para manejar los problemas de la vida cotidiana, somos especialmente vulnerables. 

En el idioma chino la palabra crisis está compuesto de dos caracteres (ideogramas) cuyos significados, individualmente son: el primero “peligro” y el segundo “oportunidad”. Justamente después de una tragedia, una pérdida o un suceso traumático vienen reacciones iniciales de ansiedad, desasosiego, tristeza, ira, miedo, culpa, y desorganización personal; seguidamente la elección de dos posibles caminos: el uno de oportunidad para crecer, recuperarse y desarrollarse en medio del dolor, el otro de peligro con negación de sentimientos, aislamiento, alteración relacional, agresión o dolencia con estancamiento de su desarrollo, que lleva a las enfermedades. Toda vida humana, cualquier avance o desarrollo en cualquier campo, tiene pérdidas, así, la vida humana y el crecimiento o desarrollo psicológico pueden entenderse como un conjunto de procesos de duelo escalonados. Procesos por los que atraviesa una persona que experimenta una crisis, a raíz de un sentimiento de pérdida, es algo que tiene características más o menos comunes para todos. Necesita un tiempo y un proceso para volver al equilibrio normal que es lo que constituye el duelo. Existe evidencias y estudios acerca de cómo un duelo mal resuelto lleva a una cronificación del sufrimiento psicológico, a trastornos psicosociales y a la aparición de diversos tipos de enfermedades. Es difícil aceptar que la muerte es un final necesario, vendrá cuando tenga que venir. Existe una parábola oriental en donde una afligida madre lamentando la muerte de su hijo busca consejo en el Maestro. La mujer explica su insoportable pesar y su incapacidad para reponerse a esa devastadora pérdida. El Maestro le pide que llame a todas las puertas del pueblo y pida una semilla de sésamo en cada casa en la que no se haya conocido la muerte. Después de ir de puerta en puerta por cada una de las casas, ella termina con las manos vacías y comprende que no existe ningún hogar que no haya sido azotado por la muerte. Tal reflexión le permitió comprender a la muerte como parte cíclica de la vida, no disipará el dolor o la necesidad de llorar la muerte, pero la ayudará a afrontarla sin un sobredimensionado sobresalto. Dicen los entendidos que la muerte no tiene por qué ser una catástrofe que tome por sorpresa a los vivos y se puede alcanzar el último punto de un duelo que es la “aceptación”, que no quiere decir olvido, porque a un ser amado nunca se le olvidará, pero sí recordarlo sin lastimarse. (O)

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