DIOS NO MUERE

Siempre me ha intrigado el personaje de Gabriel García Moreno, expresidente del Ecuador, no solo por su desempeño como político, sino por el porte ultraconservador que lo acompañó durante sus 54 años de vida. Pero, hoy quiero centrarme en una suma de sucesos que nacen en torno a su muerte el 6 de agosto de 1875 y que al menos llaman la atención si no es que desconciertan.
Como buen católico, el día de su muerte asistió a misa, lo hizo temprano en la mañana junto a su esposa en la iglesia de Santo Domingo. Luego de la eucaristía, y con el pretexto de conocer a una tortuga galápagos, el primer mandatario invitó a su casa nada más y nada menos a quien minutos más tarde lo asesinaría, Faustino Rayo. Tal es así que, al salir de ella, caminaron juntos hacia el Palacio de Carondelet y al llegar al pretil del edificio, Rayo le asestó el primer machetazo en el hombro, en seguida, otro par de conspiradores terminaron de asesinarlo a balazos y a quemarropa.
Durante el ataque, el presidente malherido no dejaba de gritar: ¡asesinos! ¡canallas!, pero justo antes de su último aliento, pronunció una frase que ha quedado para la historia como sentencia, casi como profecía de quien para muchos fue un santo: “Dios no muere” dijo y expiró. Estas tres palabras calaron tanto en las mentes y corazones de creyentes y no creyentes que se las inmortalizó en una placa al pie del palacio presidencial.
Todo esto ya nos mueve el piso: un magnicidio no es cualquier cosa, pero hay más. Minutos más tarde, el cuerpo inerte del “Santo del Patíbulo” fue embalsamado, vestido con su uniforme de general de la República y sentado en el sillón presidencial posando para una icónica fotografía en la que aparece escoltado por cinco miembros de su guardia de honor. Se lo distingue erguido al espaldar de la silla, las piernas estiradas, con la boca ligeramente entreabierta y lo ojos cerrados; a alguien le pareció como si estuviera asistiendo a su propio funeral, pero no en un ataúd. La foto, evidentemente, ocupa un lugar destacado en la historia ecuatoriana no solo por la relevancia del personaje y su asesinato, sino porque fue reproducida como estampita, cual imagen de un santo que se guarda en la billetera.
En 1982, ciento siete años después de la muerte de Gabriel García Moreno, su homónimo, el escritor Gabriel García Márquez (intelectual de izquierda), lo recordó brevemente en su discurso al recibir el premio Nobel de Literatura, el cual podríamos analizarlo en otro momento.
Por lo pronto, diré que la foto, la estampita, la placa y el cuerpo embalsamado fueron intentos desesperados por congelar un momento, por negar el final. Y quizás, el eco de su propia frase: “Dios no muere” pudo haber sido efectivamente una afirmación sobre el Ser Supremo; o simplemente, el recordarnos que la verdad no puede ser asesinada; o, las dos. ¿Usted qué piensa? (O)