VIOLENCIA Y CAOS / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Con agujetas y croché, entre telones se teje un traje a medida para justificar la hecatombe de la vuelta y generalización del color rojo en el territorio patrio, visto lo que ya acontece con los demás países de Latinoamérica. 

Todo es parte de un andamiaje para avivar el caos, la violencia y cosechar una pírrica victoria social que de pie y justifique un pretendido retorno al poder. 

La inaudita prepotencia y falsedad de los artífices del desastre, empecinados en usar el terror y la muerte de ecuatorianos, la mafia y la narcoviolencia, para fortalecer sus fines protervos de recuperar un sitial que les está siendo esquivo y no saben de qué valerse para cambiarlo, les lleva a cometer el error de mostrarse de cuerpo entero con la primera bala.

Y no solo eso. Los fraccionamientos internos por temas electorales, tampoco les hace bien y aumenta su desesperación y preocupación ante la imposibilidad de justificarlo.

Lo que sucede ahora, no es sino el epílogo de aquello que fue sembrado tan pronto les bajaron del trono, como alternativa a sus afanes de facilitar una trocha a los prófugos. 

De otro lado, la información de las acciones judiciales verificadas en Estados Unidos que mantiene en investigación a uno de los partícipes de la mayor corrupción y negociado petrolero en Ecuador y que, a despecho de sus “socios”, se ha “comprometido a soltar la lengua” es la gota que derrama el vaso y apresura el trámite. 

Coincide, con una serie de amenazas a  periodistas, autoridades y familias, tanto como pedidos absurdos e insistencia de juicios políticos, comparecencias, y resoluciones adoptadas en el último trimestre, para asfixiar a un gobierno empeñado en solucionar el desfase financiero y las cuentas nacionales, entre otros asuntos urgentes que ya no admiten dilatorias. 

Es, como puede advertirse, un mecanismo de distracción para que la gente se confunda y en ese estado de incertidumbre, esparcir la semilla de la discordia y obviamente la absurda tesis de cambio de timón, a cuyo efecto deberá activarse la declaratoria de un estado de conmoción interna, (inexistente), que de paso a las pretensiones finales de “esos seres desadaptados” que ayudados de alguien más, quieren que suceda a toda costa. 

Indolentes frente al sufrimiento de los demás, no pierden el tiempo en señalar su condena al vandalismo de los últimos días, porque ellos mismos -al parecer- bien podrían ser “los activistas, o los cómplices o los encubridores” de esos repudiables hechos criminales.

¡Están dolidos! Claro que si. Cómo no estarlo, si en estos diecisiete meses de gobierno democrático se han sucedido episodios investigativos (sobre los cuales no pueden meter mano) y sus potenciales resultados, les pueden ser nefastos a la imagen redentorista que quieren transmitir. 

Como corolario, sólo resta decir que, de a poco, se van quitando la máscara, junto a algunos de sus acólitos que anticipadamente se relamen con lo que acontece, apuntando a encaramarse en lo que pudiera venir. 

Ilusos. No les queda el papel de víctimas a quienes han sido victimarios y menos el rol de abanderados de los derechos humanos y de la paz a quienes azuzaron la violencia. 

Tenemos y queremos una Patria libre, un País de Paz, unido, solidario y comprometido con el bienestar general y con el desarrollo. Sin violencia y sin drogas. Un país que retome su histórica prosapia, respeto y humanismo para continuar siendo reconocido como un paraíso solidario, de generosidad y tranquilidad. 

Es la hora de la unidad. Juntémonos para defender la nación. Superemos diferencias. No permitamos a los violentos apropiarse de nuestro territorio. Enarbolemos siempre la verdad, seamos autores positivos de nuestro futuro.

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