Serie sobre la corrupción: en el sector público / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión



El nivel de corrupción en el sector público es uno de los problemas más graves por los que atraviesa nuestro país y aún el mundo entero.

El Estado al ser en general el mayor contratista, se convierte automáticamente en el espacio predilecto de las grandes redes de corrupción que, enquistadas desde hace tiempo en sus estructuras, actúan en conjunción directa con redes aún mayores a nivel internacional.

La infraestructura pública, en especial los grandes proyectos, son particularmente vulnerables a la corrupción, donde son comunes los presupuestos inflados, pago de sobreprecios y la construcción de “elefantes blancos”.

A ello se suma una fiscalización deficiente o cómplice, la existencia casi nula de sanciones, la falta de control y transparencia tanto como de una adecuada rendición de cuentas. Todo esto gracias a un manejo a conveniencia de las leyes.

En este ámbito está presente tanto la gran corrupción vinculada con la política, como la pequeña o administrativa, referida a la coima que acepta un funcionario / servidor público para dar paso o concretar determinado beneficio y que, al sumar sus cuantías con facilidad alcanza los niveles de la primera.

En ocasiones detrás de la gestión pública se encuentra la delincuencia organizada, que infiltrada en diferentes entidades consiguen contratos altamente lucrativos. Incluso llegan a secuestrar determinados gobiernos para sus propósitos de enriquecimiento ilícito, que pasan por lícitos al hacerlo bajo el amparo de normativas previamente establecidas.

La simbiosis natural entre el Estado y la empresa privada es aprovechada de manera obscura por estas mafias, que mueven los hilos ya sea del poder local o nacional, mediante sus testaferros quienes ocupan permanentemente puestos de decisión.

La corrupción en este sector responde a una estructura muy compleja en la que participan desde personajes de alta jerarquía, hasta funcionarios o servidores de niveles muy básicos; todos ellos piezas indispensables de un enorme engranaje.

Trámites y decisiones pasan por esta maquinaria aceitada por dinero fácil en montos proporcionales a la significación del documento requerido. De esta manera permanece en funcionamiento largo tiempo, convirtiendo en normal y aceptable acciones corruptas como el soborno o la concusión, tanto en cuanto se los mantenga ocultos.

Siendo partícipes de ello, no les hace falta trabajar demasiado ni esforzarse mayormente en esta “cultura del vivo” en la que, como suele decirse “el vivo, vive del tonto y el tonto de su trabajo.” He ahí la razón de gran parte de la ineficiencia de las instituciones públicas.

Otro aspecto fundamental dentro de este aparataje es el manejo del recurso humano, mismo que es ubicado convenientemente a la medida de los intereses de quienes lo dirigen; para ellos es muy importante contar con personas que conozcan a fondo los procesos internos, para aprender a burlarlos sin dejar huella alguna.

En fin, el desvío de recursos públicos genera un aumento en la desigualdad social, alimenta el descontento de la gente, polariza la política y disminuye la confianza en las instituciones gubernamentales. (O)

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