Salud mental y la política/ Dr. Guillermo Bastidas Tello

Columnistas, Opinión


Nos quedamos atónitos y sorprendidos cuando el vecino alhaja, la comadre saludadora, el primo bonachón, el líder gremial psíquicamente “estable”, el amigo de manos limpias, al poco tiempo de llegar al Poder se convierte en un ser bastardo con rasgos anormales en sus emociones, percepción, atención, memoria, consciencia, voluntad y capacidad para diferenciar el bien del mal, que poco a poco se va embarrando de demagogia, corrupción, divinidad y psicopatología mental.

En la vorágine de la polítiquería, el ferviente revolucionario hasta la victoria siempre, se convierte en un revolucionario VIP, que cambia la hamaca por plumón y la cama de totora por colchón de agua.

Cuando candidato besa a los niños, abraza a los mendigos, pero en el poder todo lo cambia por el beso de las momias cocteleras o damas de compañía de las largas caminatas electoreras y el abrazo tequilero de la embriaguez del Poder.

Se decía en Grecia que el ciudadano que alcanzaba el Poder sin formación política se comportaba como «borracho» y a veces este éxito efímero le ponía a delirar y se comparaba con Dios, capaz de cualquier cosa a cualquier precio.

Dotado de un ego desmedido, una sensación de poseer dones especiales, inteligencia superdotada, manos limpias y corazones ardientes, se transformaba automáticamente en un Homo Saphiens Politiquerus capaz de enfrentarse hasta a los mismos dioses.

El neurólogo Davi Owen analiza la «locura» que provoca el poder. Este neurólogo escribe su libro después de seis años del estudio del cerebro de los líderes políticos y concluye: el poder intoxica tanto que termina afectando al juicio de los dirigentes.

La enfermedad en personajes públicos suscita importantes cuestiones: su influencia sobre la toma de decisiones, los peligros de mantener en secreto la dolencia o la dificultad para destituir a los dirigentes enfermos.

El politiquero poco a poco va ingresando en la ideación megalomaníaca, cuyos síntomas son la clarividencia, perfección absoluta, infalibilidad y el creerse insustituible, irremplazable e indispensable.

El politiquero troglodita comienza a realizar planes estratégicos para tres cientos años, constituciones para doscientos años, obras faraónicas bolivarianas, empieza a dar conferencias sobre temas que desconocen (teoría cuántica), tartamudea cualquier idioma.

Tras un tiempo en el poder, el afectado por el mal de Hubris, comienza a desarrollar una percepción delirante, megalomanía, perturbación y delirio.

Todo lo que se opone, entorpece o contraría sus ideas, se convierte en un enemigo personal. Puede llegar incluso a la paranoia o trastorno delirante que lo lleva a «sospechar y desconfiar de todo el mundo» que le haga una mínima crítica, lo que le lleva progresivamente a un aislamiento de la sociedad.

Todo esto se produce hasta que cesa en sus funciones o pierde las elecciones, entonces se da cuenta que es un llamingo más, un mortal imperfecto y desarrolla un cuadro depresivo grave.

Estimado lector para ser Político necesita estar preparado física, psíquica, mental e intelectualmente, caso contrario enloquecerá de Poder. (O)

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