Parricidio / Dr. Guillermo Bastidas Tello  

Columnistas, Opinión

 

El sustantivo parricidio significa “muerte dada a un pariente próximo, especialmente al padre o la madre”, mientras que filicidio designa de manera específica la ‘muerte dada por un padre o una madre a su propio hijo’.

Antiguamente se estableció como sanción para la comisión del parricidio la pena del culleus. Este castigo consistía en azotar públicamente al parricida y luego introducirlo dentro de un saco de cuero en compañía de un perro, un gallo, una culebra y un simio, para posteriormente arrojarlo al río o al mar. Sin embargo, esta última práctica de origen romano tendió a desaparecer en la Edad Moderna (siglo XV hasta fines del siglo XVII), aplicándose posteriormente sobre el parricida la pena de muerte y el azotamiento. A principios del siglo XVII, al reo, por esta clase de delito, se le condenaba a morir en la horca y, una vez consumado este acto, se le introducía en una cuba o tonel. No obstante, el cuerpo sin vida del parricida acababa recibiendo sepultura.

El presente artículo intenta ser una aproximación psicoanalítica al parricidio, considerando a este uno de los actos que más han causado discusión a lo largo de la historia, por su carácter atroz, cruel, inhumano y otras por las confusas formas sociales de abordarlo.

 

En el ámbito jurídico es importante valorar la condición de intencionalidad, la cual nos permite adjudicarle la imputabilidad del delito a quien lo comete, en otras palabras, será la intención del acto lo que ha de establecer la adjudicación o no de la pena respectiva. Esto hace caer al parricidio en la subjetividad del delito.

Desde la perspectiva de la conducta humana y la psiquis, existen pocos estudios que van dirigidos al origen de la conducta agresiva, Ibabe (2007) en referencia a un estudio hecho por Millaud y cols en 1996, señala que no es desdeñable que esta investigación revele que un alto porcentaje de sujetos parricidas sean psicóticos; otro de los elementos que remarca Ibabe en la misma obra es que el consumo de alcohol y drogas o el abandono de la prescripción medicamentosa precipita un tercio de los crímenes y continua señalando: “También lo hacía el tener una historia de violencia familiar.”

Autores de orientación conductista como Eron (1971) y Huesman (1985) señalan: “los agresores han adquirido o desarrollado el rasgo de agresividad en sus familias de origen, a través del modelamiento o del refuerzo de la conducta agresiva”.

La conducta agresiva que culmina en el parricidio, parecería ser el resultado del aprendizaje violento y agresivo vivido en un contexto familiar disfuncional; es entonces en el ambiente familiar y social en donde se deben buscar los elementos psicopatológicos del acto criminal.

Cuando existe una conducta violenta o una vivencia de agresividad, maltrato desde el lugar del niño, genera una profunda en éste irritabilidad, rabia y odio que muchas veces va dirigido a otras personas, aunque también puede ser hacía el padre o madre abusadores. Los parricidios son una forma de salida para el adolescente de la situación de testigo mudo de la violencia familiar. La conducta violenta de los padres se transforma en un modelo de proceder que es aprendido y mal entendido por aquellos niños que presencian el uso de la violencia y que finalmente aprenden a usarla en contra de sus familiares, Viola 2010.

Ahora bien, la conducta criminal es el resultado de la estructura biológica, psicológica, social, cultural, genética, espiritual, económica y astrológica del individuo, falencias y determinantes agresivos-violentos en los factores potencian a la conducta agresiva para convertirla en conducta criminal o psicopatológica. (O)

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