Memoria, conciencia y respeto: lecciones que aún no aprendemos

Columnistas, Opinión

Entre todo lo que vivimos durante el paro nacional del Ecuador, en 2025, quiero escribir esta vez mi editorial para hacer un poco de memoria, mirar hacia la historia universal y aterrizar en nuestra realidad actual.

En 1492, Cristóbal Colón, enviado por la Corona española, llegó a América para colonizar estas tierras. Desde entonces, algunos se autodenominan “herederos de la sangre española”, mientras otros comprendemos —racionalmente— que todos quienes nacemos de esa mezcla entre los pueblos originarios de América y los europeos somos mestizos. Y precisamente por eso necesitamos una convivencia sana, respetuosa y permanente entre todos.

Sin embargo, aquella llamada “colonización de América” fue una de las masacres más terribles que haya vivido la humanidad. Ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial se asesinó con tanta crueldad y persistencia a millones de personas. La colonización implicó la muerte de innumerables seres humanos, la destrucción de culturas enteras y la implantación de un sistema de esclavitud, tortura y explotación que dejó heridas aún abiertas en nuestra memoria colectiva.

En 1945, con la Segunda Guerra Mundial, el mundo volvió a enfrentarse a su propia oscuridad. Adolf Hitler, líder de Alemania, promovió el exterminio de millones de judíos bajo la absurda idea de “preservar una raza pura y fuerte”. Alemania, aliada con Italia y Japón, desató una violencia indescriptible. En los campos de concentración, los cuerpos humanos fueron convertidos en materia prima, incluso para fabricar jabones. La crueldad llegó a niveles inimaginables.

Triste recordar tanta inhumanidad, ¿verdad? ¿Demonios contra ángeles? ¿El bien contra el mal? ¿O simplemente lecciones que el ser humano parece negarse a aprender?

La guerra terminó con la derrota de Alemania y la caída del muro de Berlín, pero el dolor, el hambre, la división y los traumas quedaron impregnados en la historia.

Y, sin embargo, lo más incomprensible es ver cómo aún hoy hay quienes se burlan de ese sufrimiento. Durante el reciente paro en Ecuador, mientras el país enfrentaba momentos difíciles, circuló un meme donde alguien preguntaba qué hacer con los indígenas, y la respuesta era la imagen de Hitler levantando la mano.

¿Qué clase de sociedad puede tomar como broma un genocidio o una masacre? ¿Qué clase de corazón ríe ante el dolor de otros?

Somos, muchas veces, una sociedad hipócrita, falsa y cruel. Pero también tenemos la posibilidad de cambiar.

Recordar no es vivir en el pasado, sino aprender del dolor para no repetirlo. La historia —tanto la de los pueblos originarios como la de las guerras del mundo— nos enseña que la humanidad se destruye cuando olvida su propia dignidad.

Ojalá esta vez, en lugar de memes y burlas, elijamos la memoria, la empatía y la justicia. Porque solo cuando reconocemos el valor de cada vida, sin importar su origen, somos verdaderamente libres. (O)

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