Lecturas dominicales / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión


La familia en el día de las misiones

La Iglesia Católica, cada año, celebra el día mundial de las misiones. Quiero por esta razón compartir con Uds. la reflexión que nos ha enviado la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.

*Comunidad creyente y evangelizadora

La familia cristiana, al acoger y anunciar la Palabra de Dios, lleva a cabo su vocación profética; es el lugar privilegiodo para la vivencia y transmisión de la fe. Por tanto, hoy una necesidad fundamental de educación y formación permanente en la fe y la vida cristiana que permita realizar esta vocación de toda familia cristiana. «La fe no es solo una serie de contenidos, sino la realidad del plan de Dios realizado en Cristo y vivido en la Iglesia.

*Comunidad de diálogo con Dios

La familia es llamada a santificarse y santificar, tanto a ella misma como también a la comunidad eclesial y aún al mundo entero. Del sacramento del matrimonio, que presupone y especifica la gracia del bautismo, deriva para los cónyuges el compromiso de transformar toda su vida en un continuo sacrificio espiritual. «Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia «en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de grocias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras»

*Comunidad al servicio de la persona

«El amor en la propia familia, o entre los amigos más allegados, se fundamenta en la caridad. de Cristo. Y la caridad de Cristo no es limitada, no es excluyente. Cuando cada día ponemos en práctica en nuestro entorno más próximo el amor que Jesús nos ha enseñado, necesariamente sentiremos como cercanas las necesidades de los demás, de los que están un poco más lejos, para llevar consuelo, cercanía, comprensión y, cuando resulte posible, ayuda material. El amor siempre se comunica, tiende a la comunicación, nunca al aislamiento»

«La familia cristiana es escuela de verdadera humanidad, pues en ella se recibe, se educa y se cuida la vida del hombre de modo excelente.

Hay que orar siempre

      La gente sencilla, los cristianos de a pie, tienen en la oración de petición una de sus principales armas a la hora de relacionarse con Dios. Vayamos a donde vayamos, encontraremos a personas sencillas, pobres, sin muchos estudios quizá, que se arrodillan delante del sagrario o delante de una imagen en la Iglesia y levantan los ojos a lo alto mientras que con sus labios musitan una oración mil veces repetida. Muchas veces acompañan ese gesto encendiendo una vela y dando una limosna. Dan de lo poco que tienen. La vela extiende la presencia de la oración aunque la persona se tenga que ir a sus quehaceres. Y le piden a Dios o a la Virgen de… una de las muchas advocaciones que hay en nuestros pueblos, que atienda esto o lo otro, que escuche su oración, que consuele sus penas, que ayude al hijo o a la hija, que conceda la salud, que proteja a la familia. Son muchas las oraciones que se elevan cada día a Dios. Algunas de esas personas ni siquiera van mucho a misa ni participan en los sacramentos. Pero saben a dónde recurrir cuando se ven con un problema que está más allá de sus posibilidades. 

Algunos han despreciado esa oración sencilla de tantos hombres y mujeres. ¡Inmenso error! Esa oración denota una confianza enorme en Dios, en el que todo lo puede. Esas personas suelen ser constantes en su oración, independientemente de que suceda lo que piden que suceda o no. Dios es su punto de referencia continua y no deja de serlo. Quizá es que esas personas han comprendido perfectamente lo que hoy dice Jesús en el Evangelio a sus discípulos. Hay que orar incesantemente, hay que orar sin desanimarse. La comparación entre el juez de la parábola y Dios es clarísima. Los hombres conocemos la corrupción. El juez hace justicia sólo para evitar ser molestado. Pero Dios no es como el juez. Dios es Padre. Dios nos ha creado y nos ha elegido para la vida. ¿No hará justicia Dios a sus elegidos? ¿Es que su amor por ellos no es real? Por eso hay que confiar en él. Esa confianza forma parte esencial de la fe. Sólo el que confía de verdad cree realmente. En el silencio de Dios que a veces nos envuelve, hay que mantener la fe y la confianza. 

      Una vez hace años conocí a una mujer que estaba gravemente enferma. Llevaba así prácticamente toda la vida. De médico en médico, de hospital en hospital y de operación en operación. Su cuerpo estaba realmente deteriorado y sufría por ello graves dolores e incomodidades. Era impresionante oírle decir que “estoy convencida de que Dios me ama muchísimo, aunque sea de una forma un poco rara”. Y lo que decía, lo vivía. Eso es vivir la fe y no desanimarse nunca.  (O)

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