La Promoción Escolar / Lic. Mario Mora Nieto

Columnistas, Opinión

            Élida Basulto Montoya, en su obra “Organización Escolar”, al referirse a la promoción estudiantil manifiesta: “La promoción en la escuela es un tipo de ascensión por la cual los alumnos pasan a un nivel inmediatamente superior, después de haber cumplido con ciertos requisitos que los capacitan para cierto nivel”. El alumno está obligado a vencer varios obstáculos para que le sea permitido cursar un grado superior de los estudios que efectúa; está obligado a alcanzar el mínimo exigido para todas las disciplinas del plan de estudios y, así mismo, a obtener determinado promedio en las mismas. Es común, en este sistema de promoción que el alumno venza los obstáculos mínimos exigidos para las disciplinas y que, no obstante, “quede retenido” por falta de promedio, en cuyo caso debe rendir pruebas complementarias que le ofrecen la oportunidad de ser promocionado hacia el curso inmediato superior.

            Sin embargo hay un grupo de estudiantes que por múltiples circunstancias no son aprobados y “tienen que repetir el año”.

            Este fenómeno, llamado “fracaso escolar” obedece a diferentes causas que no siempre son fáciles de determinar; pero, en todo caso que los perjudican en sus estudios.

            Sería interesante que el cuerpo docente y los orientadores educativos tomasen conocimiento de las mismas a fin de que cada una de esas entidades escolares, en la medida de sus posibilidades, intentase prevenir unas y atenuar otras.

            Uno de los factores educativos que produce un medio ambiente desfavorable para la instrucción es el sistema de calificaciones “que premia al alumno que aprende con rapidez, o al menos de acuerdo con el programa, lo cual coloca en desventaja al alumno que aprende con lentitud, aunque a la postre aprende tan bien o mejor que el primero”. Sería ocioso hablar de crear un medio ambiente favorable a la instrucción mientras conservemos nuestro anticuado sistema de evaluación.

                        Evit Sanford, en su obra “Principios y medios para una educación de calidad”, califica como un engaño el hecho de creer que la educación está relacionada únicamente con el intelecto.

            “La noción de que el intelecto está en cierta forma desmembrado o separado del resto de la personalidad, no sólo es poco inteligente porque no favorece ningún propósito educativo legítimo, sino que es realmente perversa en sus deducciones, ya que fomenta la suposición de que si proponemos ser estudiantes no podemos ser, al mismo tiempo, seres humanos”.

            De ahí que la gran mayoría de nuestros estudiantes, incluidos los de nivel superior, se esfuerzan por obtener un título, no una educación.

            Hasta cierto punto es fácil saber si un estudiante puede elevar un binomio al cuadrado; pero, el hecho de que pueda hacerlo tiene poco que ver con su sentido de responsabilidad, con su comprensión de lo que sucede en el mundo contemporáneo, o con su actitud hacia sus semejantes.

            En todo caso, es hora que la educación comience a salvar a los estudiantes que ahora son –ubicados dentro del “fracaso escolar”;- que veamos que los que aprenden con actitud se conviertan en reflexivos observadores; que se aplique una evaluación integral y no sólo intelectiva.

            En una sociedad libre, el fin de la enseñanza debe ser producir hombres dignos de la libertad. Por tanto, no sólo debemos inquirir acerca de lo que nuestros estudiantes saben, sino averiguar qué son y cómo se desenvuelven durante su desarrollo. (O)

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