La ciencia vs la arrogancia

Columnistas, Opinión

Los libros sobre teoría del conocimiento suelen ser especialmente densos y farragosos. Algunos de los más importantes son La crítica de la razón pura, de Kant, y el Ensayo sobre el entendimiento humano, de Locke. De ellos se burlaba frecuentemente Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo, al definir nuestra facultad de entendimiento de esta manera:

“Secreción cerebral que permite a quien la posee distinguir una casa de un caballo, gracias al tejado de la casa. Su carácter y sus leyes fueron expuestos exhaustivamente por Locke, que montó una casa, y por Kant, que vivió en un caballo.”

Si observamos la ciencia, valoramos profundamente los estudios científicos que coadyuvan al avance de nuestras sociedades. Sin embargo, cuando volvemos la mirada hacia la filosofía —parte intrínseca de la ética, la moral y otros valores (dependiendo del pensador)— podemos cuestionarnos hasta qué punto la humanidad ha avanzado realmente en el plano social y moral.

Recordemos que la filosofía, aunque no es monolítica, sino diversa y rica en escuelas, comparte ciertos principios fundamentales: la búsqueda de la armonía, el equilibrio entre mente, cuerpo y espíritu, y la paz del alma. También, la convicción de que el ser humano es parte integral de la naturaleza y de la sociedad en la que vive. Además, sostiene la idea de que los opuestos no se excluyen, sino que se complementan, lo que nos invita a reflexionar: ¿qué cosas pueden existir sin sus contrarios?

Uno de los pensadores que más huella ha dejado en la cultura china es Confucio, nacido en el siglo VI antes de Cristo. Curiosamente, tanto en Grecia como en China e India, ese siglo fue decisivo para dar origen y prestigio a la Filosofía en general.
Confucio enseñaba que las relaciones familiares son el modelo de las relaciones sociales y políticas, de manera que el respeto que los hijos deben a los padres debe regir también en la sociedad. Para él, la benevolencia y el esfuerzo eran virtudes esenciales en la construcción de una sociedad más justa. Sin embargo, afirmaba que el éxito de nuestras acciones obedece al destino, y que lo único que depende de cada uno es la intención —buena o mala— con la que se hacen las cosas, y la voluntad que se ponga en ellas.

En pleno siglo XXI, un poco de filosofía nunca está de más. Nos recuerda que el progreso no se mide únicamente en avances tecnológicos o científicos, sino también en la capacidad de mantener la humildad ante lo desconocido.
El mundo presume de haber “avanzado tanto” en la era digital, pero resulta curioso observar que 
China, una potencia mundial creadora del famoso TikTok, no permite que sus propios niños crezcan consumiendo dicha red social. Entonces surge una pregunta inevitable: ¿qué tipo de filosofía guía hoy los principios de su progreso?

Porque al final, la verdadera confrontación no es entre ciencia y filosofía, sino entre ciencia y arrogancia. La primera busca comprender; la segunda, dominar. Y cuando la ciencia olvida su humildad, deja de ser conocimiento… para convertirse en poder. (O)

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