Invalorable mundo verde / Jaime Guevara Sánchez
Emprendimos viaje a la playa de Puerto Cayo. Anécdotas, bromas y cantos matizaron las horas, hasta que llegamos al recinto Joba, provincia de Manabí. Ahí se truncó la algarabía. Joba estaba en paro. El agua entubada que debían los ‘jóbenses’ venía desde el Rodeo, lugar de los pozos acuíferos.
Los ‘rodeistas’ bloquearon la tubería para obligar a los jóbenses a pagar ocho meses de morosidad del servicio de agua. Los jóbenses respondieron bloqueando la carretera. Machete en mano, hacían respetar su decisión a buseros, camioneros; a cuántos vehículos lo caía por sus pagos.
Mientras tanto, los serranos, achicharrados en el carro, intentábamos disimular nuestra preocupación; mirábamos lo poco que había que ver a la vera del camino: Restaurante el Tufo, Foto El Playo, denominaciones jocosas, producto del espíritu alegre de otros momentos.
Tratando de escapar del calor infernal caminamos a la finca más cercana y nos ubicamos bajo un joven ciruelo.
Apareció la propietaria doña Emérita Mendoza, dama excepcional que nos abrumó con sus atenciones y su exquisita personalidad. Lamentó que el árbol no fuera más grande, más frondoso, porque los muchachos la doblaban, amarraban cosas, le robaban sus escasas ramas para hacer arcos y flechas; todo sin mala intención. En horas madrugadoras se arregló el problema, reanudamos el periplo.
Hace un mes, repetimos el mismo viaje. El nuestra ‘apretada’ agenda costaba visitar a doña Emérita para demostrarles nuestros sentimientos. Lamentablemente, la dama ya no estaba, descansa en paz. Sus hijos recordaban nuestro tropiezo.
Preguntamos por el árbol, sin percatarnos de la presencia de un enorme ciruelo, cuya impresionante frondosidad podría cobijar a un centenar de personas. Emérita Jr. nos explicó: ´´ Todos los muchachos, inclusive yo, abusamos del árbol. De alguna manera no sólo sobrevivió, sino que se convirtió en un ‘ente’ muy robusto. Su ramaje da seguridad a columpios, sogas, llantas de automóvil. Nada ha impedido que se transforme en el monumento que ustedes ven ahora. Esta es zona de vientos recios; pero él no les hace caso, tiene raíces muy profundas´´
Emérita Jr. callo unos instantes, contempló su árbol, continúo: ´´Su altura llega a veinte metros, domina toda la zona. Los niños con quienes sostuvo la cruenta lucha ya no están aquí. Ha crecido demasiado para hacer caso a los ataques débiles de la gente pequeña. ´´
Nos despedimos. Admiramos el árbol por última vez, meditamos: el gran ciruelo es algo más que sombra, es abrigo y belleza, es símbolo de supervivencia. En los conflictos irracionales de hoy, es promesa de que el mundo verde perdurará sobre la insensatez del hombre.
Mil gracias Emérita, jamás olvidaremos tus bondades… Nunca olvidaremos el mensaje de tu ciruelo.