Heráldica y escudos nacionales. 2020 / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión


A muchos les gustará y a otros no, decir que los escudos rememoran una nostalgia por la Edad Media. Entonces estamos ante un anacronismo que en manos de la semiótica contemporánea indaga y propone las identidades simbólicas que van desde los Estados hasta las agrupaciones  de última ramificación social como son los emblemas de clubes de variada naturaleza como los deportivos; o  los de las rememoradas castas familiares de donde surgieron.

Estos emblemas enarbolados con banderas, o entre banderas, rememoran tiempos en los que sus portadores buscaban “identificarse” y solidarizarse. Eran soldados o seguidores de un imaginario ideológico, como en los tiempos de las “Cruzadas” en las cuales los “caballeros”, enarbolando linajes y apellidos se imponían sobre la plebe que terminaba “sometida” a sus armas, a sus intereses despóticos y a su sectarismo. Desde entonces, una bandera o un escudo deben ser vistos como emblemas de ideología que buscan o tienen  adeptos. También los Estados tienen los civismos con la misma normativa. La música de himnos resulta un refuerzo que levanta un ánimo triunfalista, que con las “letras” que son siempre “proclamas”, estimulan emociones y desahogan sentimientos colectivos.

Los escudos o blasones son una parte de un conjunto alegórico que los sostiene y que se llaman tenantes o soportes. En el escudo ecuatoriano, las banderas nacionales sirven de soporte al “óvalo” donde constan los elementos simbólicos. Imagínense que el escudo de la provincia de Tungurahua, y de otros más, lleva cadenas de soporte al blasón. Ya podrán deducir los lectores lo que hay tras de una cadena. Es un emblema pensado para esclavos surgido de la vida colonial, pensado por un ideólogo de esa mentalidad, y sancionado por mensajes subliminales que fomentan adeptos a la mentalidad esclavista. Y no solo es el asunto de los formatos del óvalo, que según la semiótica, reflejan mentalidades cerradas, surgidas en los intelectuales de conventos medievales. Si miran los blasones que tienen el medio óvalo invertido (en forma de U o de ojiva gótica invertida) la Edad Media no ha pasado para nuestra “identidad”. Miren en cambio el Escudo cantonal de Cevallos y en el abanico encontrarán la “mentalidad abierta” de franca ruptura tradicional con la herencia de la heráldica  histórica.

“Desde la Edad Media, los linajes se han representado por medio de los blasones concedidos a algún “hidalgo” o “noble” antepasado, pero se fueron convirtiendo, por el desconocimiento de su construcción y de las leyes heráldicas, en un arte que parecía relegado a las casas nobiliarias, a los rangos de la aristocracia. En realidad, el escudo de armas siempre ha cobrado un significado que va  más allá de la esencia de un regreso histórico…” (Schnieper Campos y Rosado Martín Félix, Armorial de los apellidos españoles, Auryn Editorial S.L. Madrid, 1999, p.9)

Conviene mirar tan solo un poquito la heráldica de linajes españoles para entender que los escudos institucionales y de la geopolítica son mímesis o quien sabe palimsestos de los esquemas originales surgidos en la Edad Media. Eran arcos y ojivas góticas invertidos donde se introducía impensables objetos. En un escudo de estos metían animales feroces, mitológicos, castillos, soles, lunas, medialunas, estrellas, árboles, alegorías geométricas, hachas, espadas y demás armas; así como etcétera figuras del imaginario esotérico que atraían poder, suerte, fecundidad, astucia, abundancia, valentía, audacia, religiosidad y quien sabe qué más emblemas de las pasiones humanas. Todo esto iba de lo concreto a lo abstracto; de una experiencia de caracterización a una representatividad: piénsese por ejemplo en un toro, en un águila, en el árbol de ciprés que cuida a los muertos, en una torre donde vive un conde, etc. Un elemento que se constituyó en alegórico imprescindible fue la inclusión de un elemento cimero que fue rápidamente emblematizado con una corona, que nos habla de monarquía, realeza, poderío, aristocracia, distinción. (O)

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