Gritos al viento / Guillermo Tapia

Columnistas, Opinión

Tal parece que “el vandalismo” se toma las calles en nombre de todos y cuestiona lo que hay y también lo que vendrá, bajo el slogan de «solo el pueblo salva al pueblo» invitando incluso a los que se han unido a su marcha, a discriminar, cuando vociferan que “hay que estudiar para no ser policía nacional». Las redes comparten esa caminata que grita y grafitea las casas patrimoniales y se auto definen -anti correistas y anti morenistas y anti próximo gobierno- por lo menos de labios para afuera. Se nota un ambiente de incipiente campaña.

Apenas hace un año, por estas cercanas fechas, testigos fuimos de otro desafuero, de la movilización-invasión del indigenado a la ciudad, de la destrucción del edificio de la Contraloría General del Estado, y de los apoyos humanitarios camuflados de varios, de muchos, ocultando propios intereses, algunos de los cuales apenas si ahora están aflorando y mostrando su verdadera intención.

Hemos visto, por ejemplo, que esta “caminata reivindicativa” tiene hoy un caminante candidato a presidente y, seguramente, mas de un potencial asambleísta -probablemente- de entre los que se escudaban entre las masas, también cubiertos la cara. Así es y así funciona la democracia y precisamente por ello debemos cuidarla y protegerla.

Ciertamente que la pandemia, sumada a la crisis de moralidad nacional, nos han colocado frente a un descalabro económico, a una acentuada confusión y pérdida de valores, frente a un estado de credibilidad negativo, deficiente, insultante y de cara a un escenario pre electoral que se presenta como una válvula de escape -cuando no- como una puerta a la justificación de intromisiones, presiones, desconocimiento e inobservancia de las normas.

¿Es que acaso la anarquía es la solución? Con seguridad para esos vándalos y para los que esconden sus rostros tras una máscara, camuflan su caligrafía bajo una lata de pintura o un punzón y alteran su voz detrás de un megáfono, esa puede ser o es la alternativa. Pero no lo es para la mayoría del pueblo ecuatoriano que busca trabajo, justicia, salud, cambio de paradigmas, desarrollo sostenible, combatir la corrupción, tener seguridad jurídica y la garantía de todos sus derechos. Por cierto, subyace una necesidad de más prevención que persecución.

¿Qué nos queda a mano?  Pues, pensar bien. Por primera o por última vez, que importa, pero hacerlo en función de escoger pensando en el País, a los mejores candidatos para las distintas dignidades nacionales y provinciales. Gente proba, bien intencionada y con antecedentes de pulcritud y limpieza de cuerpo, de alma, de espíritu y de palabra, de cuyas acciones se tenga evidencia cierta y cuyas propuestas sean altamente verificables.

No podemos prestarnos para el engaño ni permitirnos repetir en poco tiempo -una vez más- las frases de desencanto y desánimo ante la evidencia de la frustración y de la equivocación.

Tampoco debemos descuidarnos de esos “atropellos andantes e inocentes” que aparentemente buscan solo visibilizarse. No hay que perderlos de vista, porque eso no es así, bajo la manga están jugando otras cartas “nada claras” y “nada positivas” para los demás. Recordemos que desestabilizar siempre es más fácil que institucionalizar. Y aquellos, entre los cuales se cuentan algunos proscritos y sin derechos políticos, están ávidos de que se suceda el desastre y se incrementen los cuestionamientos populares.

Nuestra mirada debe alcanzar -entre otros- el horizonte que asegure a nuestros niños y jóvenes el acceso no sólo a la tecnología, sino a la educación, a la vivienda, a la alimentación, a la salud y al desarrollo, y esto, sólo será posible pasando de un modelo de proteccionismo a una economía que se inserte en el mundo, que sea abierta, que genere empleo y asegure el bienestar de los ciudadanos.

Todo es posible si nos empeñamos en avanzar con optimismo, con libertad, con honestidad y con democracia. (O)

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