Familia y sociedad / Washington Montaño

Columnistas, Opinión


Las antiguas familias vivían cerca, todos sus miembros de una u otra manera estaban unidos por el papa abuelo y la mamá grande, casa adentro se vivía el espíritu familiar a más no poder, si ocurría una situación de alegría, todos participaban de ella; por acá un problema se solucionaba porque intervenían, abuelos, tíos, primos, inquilinos, parientes y vecinos allegados del barrio, todos daban la receta, el premio, el castigo, “su parecer” o su “punto de vista personal” para ayudar porque ese era el espíritu y fortaleza familiar.

La sociedad se nutre de las familias, de los que son, de los que hacen y de lo que aportan con sus miembros, los problemas son pan de cada día, como el tildado más vago de la familia, ante la presión y el ejemplo familiar lograba graduarse del colegio; la sociedad se fijó en todos los males del individuo, nunca veían, posiblemente, la única virtud que poseía: y esta situación se convertía en el inicio de una vida diferente con el respeto de propios y extraños. “Si la familia no apoya al miembro caído, la sociedad hará leña del árbol caído”

Todos somos parte de varias familias: la de sangre, la del trabajo, del grupo de amigos, de la escuela, del barrio; del club; y, por antonomasia, utilizamos el nombre apelativo con el que se designa a una persona o a un objeto con más propiedad que a otros de su grupo por ser el más característico, destacado o importante. Es tal la fortaleza del lazo que une a sus miembros que tienden a identificarse por como: “Los amigos del Vóley” “El grupo de danza Pegasus” “La Gallada de la Flores“, y que en varias ocasiones borra nombres y apellidos o individualidades para identificarse con singularidad como “El Grupo de los Completos Menos Uno” profundamente consternados ante la inesperada partida de …”

¿Qué tiene una familia que la hace tan importante? Decía Mansuero, la unidad, el apoyo, el amor a la sangre que no se ve, pero que se siente que es la misma que circula por venas y arterias de los músculos que se mueven para formar una sonrisa alegre en mi cara; o para hacer más sentido el apretón de manos o el abrazo efusivo que se siente diferente de otros y que es exclusivo para quienes son de la familia.

La familia, al fin y al cabo, somos familia suele decirse; por uno por otro lado, no hay como negar y el que comete este pecado de injuria familiar, por más que se vaya a vivir lejos, no nos hable, nunca nos viste, jamás podría negar que sus manos alguna vez recibieron el calor y el cariño de una familia. Y sentenciaba con cruda sabiduría: aunque tarde, pero siempre regresan.

Ahora vemos que las familias no actúan para la unidad de sus miembros, se ven, se escuchan situaciones lamentables que hablan de una descomposición social galopante, producto de una educación descontextualizada del medio, extraña a sus raíces, floja en valores sociales e hiperinflada de derechos y con soberbia por las obligaciones. (O)

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