Entretenimiento o manipulación

Vivimos en una era donde la información dejó de ser fuente de sabiduría para convertirse en instrumento de manipulación. “Como fuente turbia y manantial corrompido es el justo que cae delante del impío”. Y hoy, esa turbidez se manifiesta en una sociedad que ha entregado su discernimiento a los burós del entretenimiento.
Los medios de comunicación y las plataformas digitales, bajo discursos de inclusión, diversidad y pluralidad, han edificado una narrativa que aparenta suplir las necesidades de las minorías históricamente discriminadas, pero en realidad, muchas veces, no busca restaurar su dignidad sino insensibilizar y normalizar lo inaceptable. Se han vuelto laboratorios ideológicos que satanizan al que piensa diferente y glorifican la ignorancia como motivo de orgullo, al punto que hoy muchos defienden con convicción que el césped es azul y no verde.
El objetivo es claro: saturar con información supuestamente buena, diluir el pensamiento crítico, anestesiar la conciencia moral. Así, consumimos contenidos como quien ingiere un alimento contaminado, sin discernir que estamos envenenando nuestra fe. Es una dieta cultural tóxica que distorsiona la verdad, una “cultura de alcantarilla” que nos acostumbra a vivir entre residuos ideológicos, confundiendo entretenimiento con libertad.
En este contexto, urge preguntarnos: ¿cómo está nuestra dieta espiritual? ¿Qué tipo de contenido alimenta nuestra mente, nuestro corazón y nuestra fe? Si no revisamos lo que consumimos, corremos el riesgo de que las toxinas culturales bloqueen nuestra capacidad de dar palabra de bendición y de mantenernos sensibles a lo que agrada a Dios.
Los tiempos actuales exigen honestidad intelectual. No se trata de demonizar la tecnología o la diversidad de pensamiento, sino de discernir lo que honra a Dios y lo que corrompe el espíritu. Defender la verdad, la justicia o la moral no nos convierte en enemigos de nadie; estar en contra de malas decisiones gubernamentales o políticas injustas no es traición: es un acto de conciencia.
Hoy, el racismo, el clasismo y la criminalización de la protesta social son síntomas de una sociedad que perdió el norte moral. Etiquetar como “enemigo” o “terrorista” al que se atreve a cuestionar es la forma moderna de apagar las fuentes limpias y dejar que solo fluyan los manantiales corrompidos.
El primer paso para derrotar al enemigo no es atacarlo, sino reconocerlo. Y en esta hora, el enemigo se disfraza de entretenimiento, de tendencia, de opinión pública. Nos alimenta de basura informativa y nos hace creer que todo es normal y está bien. Pero el pueblo de Dios no fue llamado a consumir lo que el mundo ofrece, sino a discernir, depurar y edificar.
Volvamos a las aguas puras. Seamos fuentes limpias en medio de un manantial turbio. Solo así honraremos al Dios con una mente despierta, un espíritu sensible y una palabra que transforme, no que repita. No fuimos llamados a adaptarnos a la corriente, sino a purificar las aguas del pensamiento y del corazón. (O)
