El triunfo de la traición / Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

El más grande, Jesús, hijo de Dios, pudo ser sacrificado porque hubo uno entre los de su entorno íntimo que le traicionó, Judas, a cambio de unas monedas. La historia de las traiciones ha vertebrado la evolución misma de la humanidad. 

El sabio general cartaginés, Aníbal, dos siglos antes del nacimiento de Cristo, lograda ingresar a ciudades romanas amuralladas, con la ayuda de súbditos de Roma, que, por algún resentimiento o beneficio material, abrían las puertas de las fortalezas al enemigo de Roma. 

Los cónsules romanos, con grado equivalente al de generales, no imaginaban que sus súbditos podían traicionar a las legiones y, sobre la base de esa creencia, no valoraban debidamente la capacidad de su temible enemigo.

En la monumental obra de Dante, la Divina Comedia, los traidores ocupan el lugar de los seres más despreciables en el infierno. 

La traición normalmente abre el camino al triunfo de los traidores. Se trata, sin embargo, de triunfos temporales. La eternidad no está en la hoja de ruta de los traidores. 

El traidor puede quebrar, desde adentro, los pilares de las instituciones. Allí radica no sólo su peligro sino su nivel de letalidad. Por ello es de tanta importancia neutralizar, a tiempo, la deslealtad de seres capaces de destruir el espacio al que pertenecen. 

En la Semana Santa vemos la traición de Judas, con una certeza, esto es, que, a pesar de la muerte de Cristo, el Cristianismo se convirtió en religión universal. Judas no logró destruir la obra del Maestro. 

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