El final que nadie predijo y muchos sospechan

La Posta, ese medio digital que contaba con tantos admiradores y muchos detractores, debido a su estilo irreverente y su narrativa sin filtros, ha cerrado sus cuentas digitales casi tan rápidamente como anunció su venta hace unas semanas.
Los fundadores, Luis Vivanco y Anderson Boscán, afirmaron que «nada cambiaría» en la línea editorial. Y, sin embargo, todo cambió. Y Demasiado rápido.
El negocio fue con GalaMedios, un conglomerado de comunicación que tendría como accionista a un legislador suplente de ADN, organización política del presidente Daniel Noboa. Poco después vino el apagón y la renuncia pública de los Vivanco, Luis Eduardo y Doménica, seguida de comunicados confusos de Boscán.
Las dudas son inevitables. ¿Un medio de comunicación relevante se apaga por decisión propia? ¿Un periodista pueden ser independientes cuando su nuevo jefe hace leyes en la Asamblea Nacional?
Resulta llamativo, por decirlo suavemente, que el cierre ocurra justo después de la derrota en la última consulta popular. En política no existen las coincidencias, pero en el Ecuador ya ni siquiera existen las sutilezas. Los tiempos hablan.
El medio en mención, con sus virtudes y excesos, formaba parte del grupo de voces irreverentes. Y un país sin comunicadores incómodos se aproxima de forma peligrosa al monólogo y a la extinción del debate democrático. El silencio de hoy, mañana podría convertirse en práctica generalizada.
Es legítimo criticar los métodos del periodismo o discrepar con sus formas. Pero, más allá de este caso puntual, lo que está en juego no es un estilo, sino un principio: la independencia editorial. No hace falta compartir las posiciones de los periodistas para entender lo que el país está presenciando: la fragilidad de la comunicación en un contexto donde el poder político y económico cruzar sus cables peligrosamente.
Cuando los medios de comunicación dependen de la voluntad de los políticos, el público termina recibiendo información manipulada o anestesiada. Y eso, en una nación que afronta niveles preocupantes de corrupción, violencia y polarización, es un riesgo que no debe ser normalizado.
Lo ocurrido, independientemente de la empresa de comunicación que sea, no debería celebrarse, sino despertar un análisis profundo. Cada vez que un medio desaparece, a pesar de haber sido controvertido, habrá alguien que se beneficia de no ser visto o escuchado. Y cuando el poder se hace más notorio, la sociedad pierde lucidez. (O)
