El final de Boris / Esteban Torres Cobo

Columnistas, Opinión

Estudiaba en Londres entre el 2015 y el 2016 y pude vivir el proceso del Brexit de primera mano. Recuerdo que la cadena de pubs tradicionales favoritos donde los estudiantes podíamos comer y tomar por buenos precios en una ciudad tan cara, Whetherspoons, se volcó de lleno a apoyar el Brexit. Hasta en los portavasos de papel era propaganda para que el Reino Unido saliera de Europa. En la ciudad más cosmopolita del mundo, que finalmente se opuso a este proceso, se vivía vibrantemente el discurso nacionalista rural inglés que rechazaba la permanencia en la Unión Europea.

Y una figura encabezaba la revolución: Boris Johnson, el carismático alcalde de Londres. Boris me cayó muy bien desde el principio. En Londres leí, precisamente, la muy bien redactada biografía de Winston Churchill que escribió y desde ese libro profundicé mi admiración hacia el bulldog inglés que me llevó incluso a visitar en peregrinaje todos los lugares que dicen algo todavía de él. Conocí hasta Chartwell, su hogar más íntimo y el que más le gustó. Boris, en mucho, intentó emular al gigante de todos los tiempos y llegó también a ser Primer Ministro. Con menos estilo y con ropas a propósito rozando casi la indigencia llegó a donde se había propuesto llegar desde que estudiaba en Eton.

Su caída, sin embargo, se produce por algo que Churchill siempre cuidó: la coherencia. Y que, lamentablemente, es un valor olvidado por las nuevas generaciones políticas. Para él, sin embargo, ha significado su fin político mientras que otros siguen con vida. La pandemia fue el tamiz con el que se conoció a los verdaderos líderes que hacían lo que pregonaban y que podían mantenerse en pie con sus convicciones aún cuando la tendencia global fue ceder a los tiranos del control y el miedo. ¿Y qué hizo Boris? Fiestas en la residencia oficial cuando obligaba a los británicos a estar encerrados como perros en sus casas. Lo mismo que tantos líderes hipócritas extasiados por el control que les dio la pandemia. Fernández, en Argentina, hizo lo mismo y quién sabe cuántos más.

¿Era suficiente como para remover al líder que le dio la mayoría más amplia desde Margareth Tratcher a los conservadores? Quizás para algunos, no. Pero en Londres la política camina sobre 10.000 cuchillos y caerse es muy fácil.

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