El árbol de los testículos / Pedro Reino

Columnistas, Opinión


Entre tantas reivindicaciones que se propugnan en estos tiempos en América Latina, creo que el criollismo o mestizaje debe tener una mejor visión de una herencia lingüística gestada desde la llegada de Colón. El asunto de la interactuación de las sangres ya no tiene vuelta atrás. Ya no se puede  hablar de purezas étnicas, ni peor de fobias racistas ni regionalistas. Solo evidencian ignorancias anacrónicas que dan la medida de estar escupiendo al cielo. Tener una pequeña idea de las marañas de nuestra genealogía es comparable a lo enredado de los vocablos que empleamos en nuestra comunicación espontánea. En lo que se llama “acto de habla”.

En nuestro medio, todavía es una realidad triste buscar significados a nombres de nuestra geografía andina, salvando la vigencia del quichua. Todavía estamos en el limbo perdidos entre tantas ofensas con las que se ha interpretado los apellidos de las etnias de culturas cuyas lenguas se han extinguido. ¿Cuánto de conciencia de vocabulario de americanismos tenemos en nuestro registro mental, para decir que, tal o cual palabra, proviene de determinada cultura?  Muchas palabras aborígenes se incorporaron al habla de los conquistadores, debido a su permanencia en el mar de los tahínos isleños, que luego fue difundido como el mar de los caribes continentales circunvecinos. Todavía usamos palabras del nahualt, de Centroamérica, venidas en boca de los conquistadores y de indios esclavizados que llegaron por estas tierras.

En nuestro caso, por ejemplo, hasta se los ha denominado a todo un pueblo con el nombre de “paltas” ¿Por qué?, ¿si se refiere a un fruto? El caso es que al mismo  fruto, en las zonas mejicanas, los españoles oyeron decir “cuahuitl y ahuacatl”. Quienes han estudiado las raíces lingüísticas de este idioma nos explican que  “cuahuitl” significa árbol; y “ahuacatl” significa testículo. Literalmente un ahuacatl sería un árbol de los testículos. Puede verse en el libro de Alonso Mafla Delgado, titulado Indigenismos en las noticias historiales de Fray Pedro Simón (2003). Los quichuas en cambio llamaban palta a lo que ahora conocemos como aguacate. ¿La etnia se llamaría palta? Es posible porque Cieza de León escribió que los pantsaleos se denominaban así también por una planta llamada “pantsa”.

De esta circunstancia de tener en nuestra república  la confluencia masiva de las variantes dialectales, se derivan varias interrogantes que guardan relación con la historia, el comercio, la movilidad social, etc. Atraídos por la forma, los peninsulares en muchas crónicas designaban a esta fruta como “peras de América”. Asociaron la forma del fruto americano a las peras que ellos conocían. Pero hay más: ¿Por qué a esta misma fruta se le llama también “cura”?. El religioso fray Pedro Simón ha dejado constancia para Colombia que los “curas” vienen de un árbol llamado “curo”. Hasta ahora en formas populares, y con la nueva asociación a los religiosos, en algunas regiones colombianas “se comen curas”. En síntesis: Aguacate es voz nahualt; palta es voz quichua; y cura es voz chibcha, para referirse al mismo fruto que se lo tiene como de propiedades afrodisiacas.

Importante resulta el hecho de que el término conquistó el diccionario y su utilización en la  propia España, introducido por los cronistas, donde también significaba “esmeraldas”. Vaya enredos con los aguacates que remitían por su forma y color, tanto a un fruto como a una piedra preciosa.

En mis estudios de posgrado en Bogotá, en el Instituto Caro y Cuervo, tuvimos como asignatura “Español de América”. Considero que en nuestro ámbito hispanoamericano, se debe estudiar desde el bachillerato, por lo menos, para asumir el orgullo de una identidad lingüística. (O)

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