Botas para Bolívar

Columnistas, Opinión

Las llamas han entrado a mí cerebro con su trotecito lento. Las veo interiormente con mis ojos cerrados ¡cómo me miran con sus ojos abiertos! Así nos cruzamos las miradas: alma con alma; la mía que es memoria con las de ellas que ahora son palabra.

Me salen al encuentro con sus pescuezos largos, altivas y galanas. Parpadean seguras y mansas con sus ojos copiados a las cordilleras desnudas: me vienen unas de ojos cafés mirándome como les mira el barro: me vienen otras con ojos verdes con música de páramo: vienen también con ojos azules bebidas de las lagunas que esconden los deshielos. Preparan sus orejas para oír lo que pienso y disimuladamente me besan en silencio.

Oteo la historia desde la vieja pila de la plaza de Ambato: comprendo y no comprendo. Hay un bullicio enorme que se envuelve con el viento. Se oye algarabía de ponchos y chalinas; canturreos de pañolones bordados en sus días de fiesta; se escuchan voces de sombreros de copa que saben hacerse venias entre altos señores. 

Es día de mercado: las gateras* se alistan, los señores se encrespan: es la primera vez que los próceres – que han guardado las armas- sonríen con la plebe  frente a frente, diente a diente. Los indios de la feria preguntan a los burros que han traído sus cargas: Dicen que somos libres. Hoy llega el Libertador. ¿Saben cómo se llama? ¿vendrá para explicarnos cómo es la libertad? ¿Será que desde ahora tendrán que cargar cargas en mulas* más livianas librando la soberna*?  

Escribo en una piedra sin que sepan los próceres para que alguien recuerde: “Bolívar llegó a Ambato un domingo 30 de junio de 1822, día de feria.”

Montado en su caballo llega el Libertador entre aplausos y vivas. Los mismos que gritaban Viva Fernando Séptimo ahora están gritando Viva Bolívar Octavo. Han salido las viudas tristes, los huérfanos descalzos, sin poder preguntar qué han de hacer con tanto cráneo de los más de mil muertos en los  campos de Huachi. Son las viudas de los muertos el 12 de septiembre de 1821. También está otro grupo de viudas con sus respectivos huérfanos: Quieren saber, oír cualquier promesa, alguna voz de aliento sobre sus muertos tristes del 22 de noviembre de 1820 que han quedado sin gloria. Preguntan qué se han hecho si pelearon dos mil y no se sabe más sobre los desaparecidos. ¿Sabrá el Libertador que Huachi es una sementera de calaveras vivas?

Por entre el griterío aparece un Juan Cajas que de cerca le ha visto al Libertador montado en la gloria de su caballo lánguido. Le parece un curioso soldado que trae sus botas gastadas, caminadas por montes y quebradas. La gente que es chismosa le ha dicho que han de ser esas botas las que se han desgastado de tanto andar bailando y festejando sus triunfos y derrotas.

En el aire le mide que tiene pies pequeños. Ha traído a la venta desde el pueblo de Quero botas de todo porte. Botas sin costura que aprendió a hacer de pescuezos de llamas, como las hacían los indios desde tiempos antaños. Y sin más que sentir su secreta alegría, Juan Cajas pide al Libertador que tiene botas para él, que las probara. Y el Libertador se admira y le dice: con estas botas sin costura puedo salir denuevo  a mil batallas. Son suyas, Libertador, y no me debe nada. (O)

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