Presidentes en fila a Barbadillo

Columnistas, Opinión

El nuevo deporte nacional en el Perú es la condena en serie de sus presidentes de la república para que cumplan penas, entre los 10 y los 20 años, en la cárcel de Barbadillo, de la que salió Fujimori poco antes de dirigirse al cementerio. El cholo Toledo cumple una condena de 20 años, Humala, de 15 años y Castillo, de 11 años. El señorial Vizcarra, desde ayer, cumple una pena de 14 años. Los cuatro ex presidentes comparten celdas. 

Alan García optó por suicidarse antes de de ser procesado y condenado. El defenestrado Kuczynski está, por ahora, con medidas cautelares. La señora Boluarte, destituida recientemente, está procesada. Nada excluye la posibilidad que dos ex mandatarios más se sumen a los cuatro condenados en Barbadillo.

Salvo Castillo, acusado de golpista, los demás fueron condenados por corrupción en contrataciones públicas. Parecería que Perú quiere levantar la bandera de la honradez en el sector público como un compromiso serio con la transparencia. Haber ejercido la jefatura de Estado ha dejado de ser garantía de inocencia para los mandatarios en el vecino del sur. Con las condenas en fila de tantos ex presidentes, la presunción ya no es de inocencia sino de culpabilidad. En otras palabras, se presume culpable de corrupción a quien ejerce la presidencia. 

La condenas a ex presidentes son la excepción en otros países. En Colombia ninguno ha sido condenado. En Ecuador, solamente uno tiene una condena en firme. En Francia, un ex jefe de Estado ha sido condenado. En Argentina, una ex presidente ha recibido condena. 

No parece sensato que se condene a los ex presidentes en fila o en serie. Lo ocurrido en el Perú es una anomalía que se explica por haber sido gobernado por mandatarios realmente corruptos o porque el sistema jurídico y procesal los expone a procesamientos que, en otros países, no podrían siquiera iniciarse, por falta de méritos. Juzgar y condenar con tanta facilidad a los ex presidentes, como ocurre en el Perú, no parece ser la mejor vía para desterrar la corrupción y enarbolar la ejemplaridad pública.  (O)

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