Los premio Nobel de Economía 2025

Columnistas, Opinión

En el año 2001, el buen Joseph Stiglitz ganó el Premio Nobel de Economía junto con George A. Akerlof y A. Michael Spence, debido a sus brillantes trabajos sobre los mercados con información asimétrica.

Stiglitz, caracterizado por su gran humanidad y don de gente, planteaba en su teoría la posibilidad de que las empresas pudieran pagar salarios más altos que los habituales para incentivar a los trabajadores a no faltar al trabajo. Él sostenía: “Si los salarios se fijan de forma que no haya desempleo y exista mayor estabilidad y seguridad social, un trabajador despedido por faltar al trabajo de forma no justificada podría conseguir otro empleo rápidamente con el mismo salario en otro lugar. Esto sería muy fácil si todas las empresas fijaran salarios más altos o, por lo menos, más dignos para sus colaboradores”.

Y entonces surge la pregunta: ¿creemos realmente, a nivel mundial, que algún día esto podría suceder? Stiglitz fue un crítico muy severo de las políticas y programas de ajuste estructural implementados, de manera usual y recurrente, por el Banco Mundial (institución en la que trabajó varios años), pues conocía bien su modo de “generar progreso” en los países con menos desarrollo; un modelo que, con el paso del tiempo, ha demostrado no funcionar.

En el año 2025, se ha reconocido que gracias a la creación y expansión de la red de internet se ha dado lugar, a nivel mundial, a industrias completamente nuevas. Incluso esta apertura global ha permitido el surgimiento de innovaciones como la Inteligencia Artificial (IA), que se encuentra en un proceso de desarrollo acelerado y constante, capaz de crear industrias y empleos que nunca antes habían existido.

Philippe Aghion compartió el Premio Nobel de Economía de este año junto a Peter Howitt y Joel Mokyr, por la creación de la “teoría del crecimiento sostenido a través de la destrucción creativa”. Esta teoría, a diferencia de la de Stiglitz, apuesta por dejar atrás los modelos tradicionales que las empresas utilizaban para fortalecer su economía, impulsando, en cambio, la innovación constante como motor de progreso.

En pocas palabras, la destrucción creativa es un proceso en el que la innovación desmantela estructuras económicas tradicionales, abriendo paso a otras nuevas.

“El crecimiento surge de la destrucción creativa. Este proceso es creativo porque se basa en la innovación, pero también es destructivo porque los productos antiguos se vuelven obsoletos y pierden su valor comercial”, explican los miembros del comité que entrega el Premio Nobel de Economía.

Entonces, ¿qué pensar ahora si la economía pretende avanzar por encima del valor de la humanidad, que debería sustentarse en la bondad y la solidaridad? Quizás el verdadero desafío de nuestro tiempo no sea elegir entre progreso o compasión, sino aprender a construir un futuro donde la innovación no sustituya la empatía, sino que la potencie. Porque solo cuando la economía sirva al ser humano —y no al revés— podremos hablar de un crecimiento realmente sostenible. (O)

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