Realidad invisible: la lucha contra la pobreza

Juan es un adolescente que ha enfrentado dificultades en su vida. Hace pocos días lo deportaron de Estados Unidos, y a pesar de esto, otra vez piensa en emigrar porque con un estómago vacío y en la pobreza que vive su familia lo arrinconan a tomar decisiones desesperadas —el hambre y el frío de la noche no se conduele con nadie—. Las razones por las que salió este joven del país, fueron diferentes. El padre de Juan por varios años no ha conseguido un trabajo formal, y lo poco que gana en empleos esporádicos, no le alcanza para sostener a su hogar. Asimismo, la mamá de Juan es vendedora ambulante en el centro de Ambato, y sus ingresos no cubren ni para pagar los víveres que le fían en la tienda del barrio.
La historia de Lorena es similar, la falta de recursos y la imposibilidad de conseguir un empleo formalizado, la han forzado a involucrarse en actividades relacionadas con el trabajo sexual. Recorre las calles alrededor del parque 12 de noviembre, donde cada día recibe miradas llenas de desprecio. La sociedad no quiere aceptar la realidad, que si ella no trabaja de esa manera, nadie llevará un pan a la mesa de sus hijos y padres ancianos. Lorena, en su tiempo libre estudia porque quiere superarse y anhela algún día acceder a una posición diferente. Sin embargo, en un país que no le ofrece oportunidades, se le ha negado la posibilidad de encontrar una mejor forma de ganarse la vida.
Las calles de Ambato y de otras ciudades, guardan historias similares. La población necesita desconectarse de narrativas que le dañan el cerebro donde le engañan que el Ecuador está bien y en orden —no se dan cuenta de que hasta que el león aprenda a escribir, todas las historias glorificarán al cazador—. La gente necesita darse un baño de realidad y reflexionar sobre lo que ocurre en la cotidianidad de muchas familias. No todo está bien, algunos no logran pagar las 3 comidas básicas. Solo ciertos días, juntando las monedas que ganaron en la jornada, pueden comprar un almuerzo.
Las personas se ciegan y no ven más allá de sus narices. Se creen la narrativa e inclusive tildan con epítetos a aquellos que reclaman por una vida justa y poder suplir las necesidades básicas. “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen” (Albert Camus). La vida no es fácil para nadie, pero sería más llevadera si la sociedad fuera empática y quisiera comprender que no existe la igualdad porque la inequidad nos está matando.