Asamblea en pijama

Columnistas, Opinión

La política ecuatoriana siempre ha tenido sus rarezas y lo que está sucediendo hoy parece ser una tragicomedia interminable. La Asamblea Nacional, constituida el 2008, asumió el compromiso de ser decorosa y moderna, a diferencia del viejo Congreso Nacional, conocido por las riñas con golpes, los ceniceros volando y las amenazas con armas de fuego. Ha pasado más de una década y seguimos a la espera.

La última escena se volvió viral: Jorge Chamba, legislador del partido presidencial, tomando parte en una sesión telemática desde la comodidad de su cama. Sí, desde la cama. No hace falta mayor explicación: el gesto expresa la calidad de un asambleísta, más que cien discursos. Y no es una situación aislada. Anteriormente, Ronald González se presentó en el pleno con un megáfono para hacerse oír, como si la Asamblea fuese una marcha barrial. También, mientras el país debatía asuntos de gran importancia, Dominique Serrano, otro legislador, fue sorprendido dibujando. Y la lista continúa: riñas, insultos, suspensiones, diezmos… todo condimentado con el desinterés de los ciudadanos que, cansados, han dejado de asombrarse.

Los defensores de siempre opinarán que son episodios sin importancia y que no está bien generalizar. Sin embargo, sumados los hechos, representan la imagen triste de una institución convertida en espectáculo barato, donde la forma se impone al fondo y el decoro apenas existe en el reglamento. No es de extrañar que su credibilidad descienda a niveles históricamente bajos cada período.

En paralelo, el presidente Daniel Noboa coquetea con la idea de reducir el número de asambleístas. Buena idea, dirán algunos. Pero, el problema no es de cantidad, sino de calidad. Con las reglas actuales, poco sirve tener menos legisladores, si los que llegan confunden la curul con show o negocio personal.

El legislativo, que va de la cama al megáfono y del dibujo al diezmo, parece más un meme o una caricatura, que el primer poder del Estado. Y lo más grave: tras cada ridículo se oculta un país que necesita con urgencia políticos dignos, no actores de un circo institucional. Con honrosas excepciones. 

La Asamblea debería ser un lugar de debate serio, control político riguroso y legislación responsable. Hoy, es una suma de improvisaciones que rozan lo absurdo. El país, mientras tanto, sigue esperando leyes útiles, reformas urgentes y fiscalización sin maquillaje. (O)

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