La paradoja de la elección

¿Quién es más feliz, el que tiene mucho o el que tiene poco? No creo equivocarme en suponer que la mayoría se habrá decantado por la primera opción, lo cual, a priori, es obvio porque quien tiene mucho no sufre de escasez y en el peor de los casos sentirá en menor proporción la desdicha de tener poco o de no tener.
Sin embargo, no necesariamente es así, de hecho, la pregunta no debiera ser esa, sino ¿Quién es más libre? porque la verdadera felicidad reside en vivir sin ataduras.
Mire: hay gente feliz e infeliz tanto si tienen mucho como si no tienen nada, además, la felicidad no garantiza libertad y esta, a su vez, es incompatible con la infelicidad. Ejemplo: uno puede estar feliz porque ganó la lotería, pero justamente eso le puede costar su libertad; en cambio, todo aquel que vive libre de creencias, prejuicios y miedos seguro es feliz independiente de si tiene mucho o nada. Punto.
A lo largo de la historia, a la humanidad no le han faltado motivos para estar descontenta y angustiada, hemos pasado hambrunas, esclavitud, guerras, injusticias de todo tipo y casi siempre esa inconformidad se ha originado en la escasez de algo: comida, justicia, recursos, derechos, tierra, libertad u oportunidades. Por esta razón creemos que mientras más tengamos, más felices y/o libres seremos, idea absurda, ciertamente, además de fuertemente reforzada con el grandilocuente consumismo que nos ofrece un sinfín de alternativas de donde escoger.
Y es justo esto último el catalizador de silenciosas angustias contemporáneas en gran parte de la sociedad. A raíz de la Revolución Industrial, la llamada “paradoja de la elección”, esa morbosa posibilidad de poder escoger, escoger y escoger hasta el hartazgo, ha venido creciendo exponencialmente al punto que hoy por hoy la paradoja descansa en la palma de la mano.
En las estanterías físicas de un supermercado, y también en las digitales, vemos ofertas repletas del mismo producto en infinidad de marcas, presentaciones y tamaños; en comidas hay restaurantes para todos los gustos y bolsillos; plataformas de streaming con un montón de series y películas; en casa, armarios llenos de ropa y zapatos; miles de opciones vacacionales; páginas de citas con interminables listas de potenciales interesados y un larguísimo (y casi obsceno) etcétera de alternativas para cada ocasión.
Cada nueva elección que se nos presenta nos refuerza la creencia de que somos seres incompletos a quienes les falta algo, y que ese algo debe ser encontrado y adquirido en el exterior. Creemos que nuestra felicidad depende de tomar la decisión «correcta», de la cual hay muchísimas posibilidades.
La paradoja de la elección se disuelve cuando comprendemos que nuestra verdadera libertad no es la de elegir entre una miríada de posibilidades, sino la de renunciar a la idea de que nos falta algo que el mundo pueda darnos.
Lo que sea que busquemos está en nuestro interior, y siempre será una única opción: la paz. (O)