¿Yo elijo la vida y tú? / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Doce metros arriba de la acera, en tarde de un sol que abriendo paso disipa algunas nubes inconformes con el frío esparcido de un invierno que no termina de llover, miro pacientemente a las palomas escarbar en la losa por -una que otra migaja de pan- y revolotear las flores enmacetadas y desafiantes colocadas en lo alto de la casa compartida, para alegrar la vista y acompañar los pasos que, para no enmohecernos ni anquilosarnos, procuramos ensayar cuando el tiempo lo permite. 

Lo que si va de cierto es que en el lapso transitado por el “corona” me he generado una costumbre alimenticia en favor de una docena y algo más de esas inquietas avecillas de todos y de nadie que, tan pronto me divisan, acuden presurosas a esperar por su comida y aguardan, enfiladas en el tapagradas, como soldados cuando los mandan a constatar número y pasar el parte. 

Y se han vuelto impacientes, y son demandantes, y mas aún persistentes. Diría que nos hemos generado -mutuamente- una obligación y tratamos de cumplirla diariamente. 

A un par de ellas, en realidad, a una pareja crecida de pichones -porque he constatado desde tiempo atrás su expresivo y mutuo afecto- les he bautizado como “cabezón” y “pandemia” dadas sus peculiaridades morfológicas y la coincidencia de la época infecciosa. Y, en realidad ellas son las mása asiduas visitantes de la terraza y gratas comensales de mi mano, tanto, que introdujeron en el periplo a otras, mejor, a todas las que se acogen en ventanales, cornisas, balcones y tejados del vecindario. 

Entonces, ahora se juntan -con obvio distanciamiento de protección- esas doce o más palomas, ocho tórtolas, tres gorriones y dos mirlos. La “señora Xici”, nuestra fiel mascota, una delicada y cariñosa shitzu, tampoco pasa desapercibida en este ambiente y les corretea a veces y otras ni siquiera se impacienta con su presencia. 

Por ahora, esperanzados en la cercanía de la vacuna, redoblamos esfuerzos y cuidados, y también oraciones por aquellos amigos y conocidos que están luchando para superar el impacto agravado del virus en su cuerpo. Si bien, la vacunación no es el fin de la pandemia; es sin duda la posibilidad más cercana de sobrevivirla, además del uso de mascarilla, distanciamiento y otras medidas que deberán continuar en nuestro imaginario y en nuestra actitud responsable por más tiempo. 

Lo preocupante, es no tener certeza de cuándo seremos sujetos de la inmunización. Con tan pocas dosis adquiridas, un calendario cuestionado, irrespetado y con una advertencia nada clara de futuras entregas, difícilmente los ciudadanos podemos imaginar el momento de esa vacunación. Por eso, la espera será un tiempo de sentimientos encontrados, ansiedad e incertidumbre.  (O)

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