Vivir de las apariencias o vivir en la verdad / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión


Una vez conocí a una persona para la que su fundamental preocupación era mantener su imagen. El tiempo que me tocó vivir cerca de él, me di cuenta de que era un trabajo agotador. Tenía que estar todo el día en guardia, tenía que decir la mentira oportuna a la persona oportuna en el momento justo, tenía que disimular continuamente. Aquel sujeto no se podía permitir expresar nunca lo que sentía de verdad. Siempre iba como cubierto con una coraza que, supongo, le debía pesar muchísimo y resultarle muy incómoda. De aquel modo lograba el aplauso de la gente. Pero ciertamente pagaba un precio muy alto. Demasiado alto. 

La historia de Zaqueo es parecida. Por lo que nos dice el Evangelio, era un hombre rico. De entrada eso ya nos habla de una persona que tiene una buena imagen. La imagen social se hace a base de tener una buena casa y un buen coche, vivir en un buen barrio y disponer de fondos en el banco. A esas personas, los empleados de los bancos los tratan con respeto. Zaqueo era un hombre rico. Zaqueo había conseguido el respeto de los que vivían con él. Pero sabía que ese respeto era más por temor que por amor. Le tenían respeto pero no cariño. Porque su riqueza, probablemente, había sido amasada a base de hacer harina a los demás. Zaqueo era un publicano, uno que se dedicaba a recaudar los impuestos para los opresores romanos a cambio de quedarse con un tanto por ciento. Había hecho su riqueza a base de oprimir a sus vecinos. Zaqueo sabía que su imagen era sólo apariencia, que si le cedían el paso cuando le encontraban por la calle no era porque le amasen. En absoluto. Más bien, le odiaban. Zaqueo se había esforzado mucho por triunfar pero la verdad era que no lo había logrado. Para nada. 

      De repente, Jesús pasa por su vida. Porque Jesús es el enviado de Dios y Dios, como dice la primera lectura, ama todo lo que es suyo. Y Zaqueo es suyo. Zaqueo es hijo de Dios. Dios le quiere mostrar el buen camino, lo que tiene que hacer para triunfar de verdad en la vida. Hoy Dios va a pasar por su casa. Jesús se lo dice con claridad. “Hoy me voy a quedar contigo”. Jesús le va a hacer de espejo. Mirando a Jesús, Zaqueo se da cuenta de que ha perdido el tiempo y de que su aparente éxito en la vida no es más que un estrepitoso fracaso. Pero Jesús es su oportunidad. Dios le visita y le ofrece un nuevo comienzo. Menos mal que Zaqueo no fue tonto. Abrió su corazón a la salvación que Dios le ofrecía. Aceptó la realidad de su fracaso y reorientó su vida. Empezó a construir de nuevo su futuro pero esta vez apoyado en la realidad: no en el cuidado de la imagen y las apariencias sino en el amor y en la confianza en Dios. 

Al reflexionar en las lecturas del día, en las catacumbas y las persecuciones de los cristianos, el Papa Francisco eligió tres palabras para explicar las características que debe tener un cristiano: La identidad, el lugar y la esperanza.

En primer lugar, el Papa explicó que “la identidad de esa gente que se reunía allí para celebrar la Eucaristía, para alabar al Señor.

La segunda palabra, es el lugar. El Papa recordó de nuevo a “estas personas que iban allí para esconderse, para sentirse seguros, también para enterrar a sus muertos” .

La tercera palabra, es la esperanza. “Estos cristianos con este documento de identidad, que viven, que vivían, que viven en las manos de Dios, son hombres y mujeres de esperanza.” (O)

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