Venta de nuestro territorio. 1906/ Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Hay que respirar profundo para poder leer estos textos de nuestra maltratada historia. Saquemos la indignación de este comentario porque es una exigencia de los espacios que nos permite el periodismo, que significa más o menos el espacio de grito que nos permite la prepotencia del poder.

“y sin embargo este crimen atroz se ha cometido, para vergüenza nuestra: denunciamos con toda solemnidad, ante la Nación y ante los tribunales, que Leonidas Plaza, Lizardo García, Miguel Valverde, Gonzalo S. Córdova, en fin, los miembros de los dos últimos gobiernos, han atentado contra la integridad territorial, poniendo en venta el Archipiélago de Colón y aún nuestra Región Oriental… nuestra denuncia  no obedece a exclusivismos de partido sino que es brote de la dignidad nacional herida…”(p.5)

Estoy revisando una publicación hecha en un cuaderno que guarda la Biblioteca de la Ciudad de Ambato, que titula “La Venta del Territorio y los Peculados”, publicados con el periódico EL TIEMPO de Quito y Guayaquil “en los meses de julio y agosto de 1906”; se ha impreso en 44 páginas, que son refutadas como de “mal intencionada especie”, que corresponde nada menos que al Dr. José Peralta.

Peralta dice que Leonidas Plaza llegó a la Presidencia del Ecuador respaldado por una frase que había hecho pública: “La Patria era para él una sumita de dinero que no baje de 50.000 sucres, para poder vivir cómodamente en el Exterior. Cuando fue Jefe de Estado, ya le pareció pequeña la suma ambicionada;  y se aficionó de la cantidad de cien millones, cantidad que llevaba fija, grabada en el cerebro, y que grabó y fijó en el cerebro de sus cómplices. Cien millones era el precio fijo del territorio de la Patria a la que querían hacer traición; cien millones por el Archipiélago; cien millones por el territorio amazónico. Y a Plaza no le importaban nada los territorios deshabitados: el Oriente, según lo dijo en una carta Diplomática, no merecía la pena de que se disputase siquiera por conservarlo, cuando no nos era posible todavía poblar ni las altas regiones andinas. El Archipiélago, esa aglomeración de islas rocallosas, despobladas también e incultas, tampoco tenían valor apreciable para Plaza. Este hombre no conocía el porvenir…”

En fin, el denunciante nos dice “El 11 de noviembre de 1903, perurgido por Plaza y sus Ministros, el Encargado de negocios de Francia dirigió a su gobierno el siguiente cablegrama: << Hablando con el Ministro de Relaciones Exteriores sobre la situación actual suramericana, me ha hecho oficiosamente la propuesta que sigue: desearía obtener el Gobierno  Ecuatoriano empréstito de 100 millones francos para amortizar deuda ecuatoriana y levantar crédito…Ecuador concedería a Francia toda clase de autorizaciones para la explotación comercial, industrial, agrícola y otras del archipiélago. Ministro asegura que sería incluido en facultades de depósito de carbón y Duck. Pediría solo reconocimiento de soberanía ecuatoriana sobre el Archipiélago. Explotación duraría hasta cancelación del crédito. Gobierno pensó vender Archipiélago, pero retrocedió ante reprobación nacional probable. Urgente enviar instrucciones porque Ministro declara que, si Francia no acepta, se harán propuestas a Inglaterra o a Alemania. Somos los primeros a quienes proponen”.

“Este  cablegrama, cuya traducción casi literal hemos hecho, manifiesta a las claras que los vendedores del territorio, temerosos de la reprobación nacional, quisieron dar a la enajenación, la forma anticrética, por menos odiosa; así como para engañar a los ecuatorianos” (p.9). Más adelante explica que la llamada “soberanía” se habría diluido en un derecho ilusorio, como el que oímos cuando nos hablan de nuestros derechos amazónicos, después que los nuevos vendepatrias negociaron “nuestra paz” habiendo ganado las guerras, según nos dicen.

Esta parte de tenebrosa intriga de los vendepatrias viene reforzada con más documentos de negativa de Francia, pero que alertaba a las potencias  con menor escrúpulo como Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. Pero de lo que sí queda claro, es que al poder llegan los cínicos que niegan en público lo que hacen a espaldas de las pobres masas que terminamos eligiendo en democracia a nuestros propios exterminadores.

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