Una de chullitas y bandidos
Recordando el “Viejo Oeste”, para aquellos que solíamos -en nuestra niñez y juventud- acudir los domingos por la tarde al cine para deleitarnos con las películas de “chullitas y bandidos”, fácil resulta revivir los pasajes llenos de escaramuzas y encarnizados enfrentamientos entre el bien y el mal.
Por cierto, de partida y hasta el final, terminábamos ubicándonos en el lado correcto de la historia, vitoreando y animando el desempeño oportuno de los “chullitas” y demeritando y oponiéndonos a las emboscadas y ataques arteros de los “bandidos”.
Pasado el tiempo, las lides electorales o electoreras, según la óptica desde la que se las mire, resultan en una interesante confrontación, casi como las del viejo oeste, pero al más puro interés criollo, de suerte que resulta -por igual- relativamente fácil identificar a los actores de los enfrentamientos y advertir sus artimañas, engaños y pretensiones.
Como en aquel tiempo, los malos -codicia en mano- eran generalmente los que atacaban a mansalva, con premeditación, alevosía y ventaja a los buenos; y, ahora, bien podemos afirmar que sus métodos, con pequeñísimas adiciones, no han cambiado y es de esperar que los resultados, tampoco.
El ataque masivo se produce con toda la energía, solo que dividiendo o fraccionando a la legión o al batallón de sumisos seguidores, en unidades aún más pequeñas que -vistiendo de otros colores- aparenten ser una fuerza de mayor número, cuando en realidad no lo es.
En un primer momento se presentan 4 o 5 potenciales candidatos provenientes de una facción (corriendo por listas distintas), 3 o 4 de la otra facción, ubicados también en listas diferenciadas, y otros aspirantes menores, de aparentes vestigios políticos propios o relacionables a los anteriores -todos- apuntando en la misma dirección: Atacar al que aparece con mayores posibilidades y respaldos, convencidos de que la suma de las pequeñas partes aumenta el todo.
¡Qué equivocados e ilusionados están!
Y, por si fuera poco, unos y otros mutuamente se ceden y acceden a espacios de representación político-institucional, para enfilar los ataques, bombardear al “enemigo común” y de ser posible impedir que tan siquiera participe, a cuyo efecto accionan todas las baterías y maniobras posibles.
Lo peor de todo, es que –por ahora- les falla la estrategia.
La potencial víctima (el chullita o el bueno de la película) según opiniones más sosegadas, advierte con agilidad las emboscadas arteras que le tienden y una a una, las enfrenta, destruye, desestima e inmoviliza.
Su fortín, se presenta infranqueable a pesar de todo. Sólido y con respaldo suficiente para seguir recibiendo los embates que buscan liquidarlo, destituirlo e impedir su candidatura a toda costa, y para impedir que los demás puedan negociar alegremente el estandarte y el territorio, sin importar las voces y los gritos. (O)