Un país increíble / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Los factores objetivos y subjetivos de la historia, son condiciones del desarrollo social, según referencia el diccionario filosófico y nos ayuda a entender que, los primeros, son las condiciones que independientemente de las personas determinan su orientación y el marco de su actividad, en tanto que, a los segundos, pertenece la actividad de las masas, del estado e individuos, su conciencia, voluntad y su manera de actuar.

A partir de esta premisa, reconocer que la vida humana es difícil, no es una casualidad;  pero, así y todo, la vida no deja de ser interesante y sugestiva. Entonces, vivir, tiene no sólo un precio, sino un sentido y por, sobre todo, un objetivo: superarse, alcanzar metas, servir a los demás. Por convicción, habitar en una democracia, «consolidada» como la nuestra, tanto que, pecando con optimismo, lo menos que buscamos es cambiarla, ajustarla, revisarla, adecuarla y por qué no, mejorarla, para que la realidad vivencial sea distinta, cabal, superior.

Pero, el solo intentar preguntar al mandante (el pueblo) sobre algo que para algunos resulta vital, para otro grupo de ciudadanos, con miras y objetivo político de por medio, significa y es, una irresponsabilidad que no conduce a nada y que concluirá por ser un imposible. 

Según estos sabios opositores, incluidos políticos extremistas, conformistas e inamovibles, cuentistas sociales y eruditos e ilustrados abogados que abundan en sus expresiones por el NO rotundo a todo, justifican su posición, bien, porque es inconveniente; bien, porque supuestamente ya fue consultado; bien, porque no soluciona nada de lo que se propone; bien, porque es algo inapropiado; y, consultar es inoficioso, burdo y descomedido. 

No obstante, no hace mucho tiempo atrás, varios de ellos, exigían que el «mandante sea consultado e informado». 

Tenemos un país increíble, con gente increíble y asunto -igualmente- irrepetible, insustituible e inmanejable, como puede apreciarse. 

Todo, en función del personalista tiempo del interpelado o del interpelante.

Ahora evidenciamos que el entorno resultante, inmediato de la insinuación presidencial efectiva del lunes 12 de septiembre, encaminada a pedir opinión, ayuda y decisión al «mandante» respecto de tres ejes sustanciales y ocho, que diez, preguntas de partida, no es otro que una conjunción de la ralea más negacionista y obstruccionista de esta ínsula y por ello, desde otra mirada, tornase caldo de cultivo propicio para no desmayar, insistir en el propósito y no dejar de hacerlo.

La pregunta más simplona, periodísticamente hablando, al ser formulada recibe una respuesta rotunda inflada de negación. “No es viable” y a lo mejor la segunda pregunta la CC le niega; y la tercera es inconveniente; y la cuarta ya se consultó y la quinta es irrelevante y la sexta es repetitiva y, así sucesivamente , para concluir en su capricho de que -presidencialmente- se debe abandonar ese empeño democrático.

¡Qué no es el momento oportuno! ¡Qué será una sanción al gobierno! ¡Qué debía haberse preguntado antes, cuando se tenía respaldo! ¡Qué es una aventura al abismo! ¡Qué la comunidad no está preparada para responder tantas preguntas confusas!

Por extraño que parezca, el pueblo tiene tanto sentido y tanto que decir, y sabe que la consulta o el referéndum planteado, son la vía adecuada para expresarse y dejar saber lo que piensa y quiere la mayoría, a fin de que el gobernante enmiende y corrija, ya que con sus respuestas cambiará la imagen negacionista de los opositores y dará paso para que cambien también algunas de las trabas institucionales que impiden avanzar y atender la demanda ciudadana con la urgencia y puntualidad que amerita.

Ese es el temor que subyace en los inquietos obstaculizadores del todo.

Preguntar para enmendar es sabio. No hacerlo es testarudez. 

¡Siempre es oportuno recuperar la voz del pueblo! (O)

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