Transeúntes cósmicos / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión



Para los jóvenes, para los tercerones, más todavía, resulta suerte única vivir en estos tiempos de tanta tecnología y descubrimientos científicos, puestos a nuestro alcance con sólo hacer un click en internet, o ver la TV.

Por ejemplo. Un documental de National Geographic describe las varias etapas de la formación de la tierra. Hace un montón de millones de años fue una bola de agua. El agua le llegó del espacio. Aparecieron pequeños islotes. Un día, el núcleo de fuego se “apagó” y la tierra pasó hacer una bola de hielo. Murió la posibilidad de vida.

Los científicos han descubierto rocas que prueban la verdad de estas etapas. Pruebas que les permiten afirmar que son ciclos que ocurrieron y que volverá a ocurrir. De manera que cuando el centro candente del planeta se apague otra vez, el globo terráqueo volverá a congelarse, todo lo que tenga vida se convertirá en hielo, el hombre incluido. Como si lo anterior fuera poco, el documental asegura: “Un día, se agotará el combustible del sol y se apagará, entonces…”

 La conclusión es inevitable. Los seres vivos –hombres, animales, plantas- somos pasajeros, transeúntes, predestinados a desaparecer. Pero, como este pequeño detalle sucederá en tiempo indefinido, el hombre de hoy puede seguir disfrutando de sus actos nobles, o de su fraternidad con el prójimo, o de su prepotencia bélica, o de su obsesión enfermiza por riquezas demenciales.

Los hombres, en calidad de “ñarras” del universo ¿qué podemos hacer? Pegarnos como chicles al presente. Contemplar el infinito, iluminado suavemente por la luz trémula de los astros, sentir el sentimiento pasmo reverente que hace insignificante, por comparación, las creaciones del hombre, aún el hombre mismo.

Ante verdades inconmensurables, ante la impotencia del ser humano: recurramos a la sabiduría infinita de Albert Einstein: “Nada hay tan bello como lo misterioso. Quien no ha sentido en su propio ser la emoción de esta verdad; quién ha cesado de mirar con hondo arrobamiento e inefable asombro los misterios del universo, es como si estuviese muerto; tiene los ojos cerrados.”

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