Tómane la mano… / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Difícil borronear una nota estando tan cerca y, circunstancialmente, distante de la pandemia. Más delicado, cuando de saberse impotente, hasta el espíritu revela sus limitaciones y termina por acogerse -casi sin meditar- a las generalizaciones importantes de las cifras que, en un afán inusitado de: alivianar los impactos, re-acomodar el tiempo y recuperar la economía, se lanzan a la aventura de apresurar el paso para enfrentar una realidad y la esperanza de vida. Todo, en función de «aplanar una curva», pero saltando juntos a un abismo insondable, misterioso y ojalá, irrepetible.

Cuando los contagios se solazan en familiares y amigos. Cuando los efectos de un virus se respiran en las familias que quedan en la orfandad. Cuando la muerte viaja sola, sin más compañía que la de su mortaja (y eso si tuvo la suerte de tenerla). Cuando la ausencia social se llena de imprudencia y, en una reacción incontrolablemente espontánea, la abandona, pero aún más, cuando la responsabilidad gubernamental pierde fuerza, se camufla y se encubre en el primer recodo o en el primer lavabo, la dificultad de escribir algo, que no sea el segundo capítulo de la misma crónica, se hace más evidente.

El dilema de un país sometido a la disyuntiva de escuchar mensajes y no tener la seguridad -y menos la certeza- de saberlos confiables, abona en favor de la incredulidad colectiva. De esa desconfianza que se hace de rato en rato, génesis de un problema mayor, como la inobservancia, y nos coloca en el andarivel de la presunción y la sospecha. Por eso, la delegación competencial que intenta el ejecutivo, para decidir permanecer en el sitio o aventurar el paso a lo incierto, con apenas la aprensión de lo que eventualmente pueda suceder, no es la mejor oferta para quienes desde la cercanía deberán asumir ese reto. 

Con información contradictoria… menos. 

Frente a la medida, los médicos federados le dicen al gobierno que el país no cumple con las condiciones para salir de la cuarentena. Que deje de ceder a presiones de grupos de interés económico y que se base en evidencia científica, pues las consecuencias “impredecibles” son de su responsabilidad. No obstante, subsiste otra condicionante que tampoco puede descuidarse, la necesidad de fortalecer la caja fiscal con recursos que, cada vez, se hacen mas escasos.  

De otra parte, y se lo ha dicho, en el país no hay cultura suficiente como para fiarnos del prójimo y poder salir así de la cuarentena sin ninguna clase de garantía ni planificación. En esas circunstancias, el riesgo sería inmenso. Destrabar antes de tiempo la permanencia en casa, nos significará muchas vidas humanas, si un nuevo brote se desata. Y por si esto fuere poco, la economía no saldrá mejor librada. 

Aunque la decisión parece difícil. El sentido común (que es el más común de los sentidos) y el principio de precaución, deben ser prioritarios a la hora de tomar decisiones. La invitación a pensar más de una vez, antes de actuar; se está volviendo pan del día, y esta recomendación -como en cascada- primero va para las autoridades y también para la población. Porque somos parte del mismo asunto y juntos debemos apuntar en dirección de una misma salida.

Nadie, en su sano juicio, puede permanecer tranquilo con la sucinta explicación de que en “120 días”, “…aunque luego (se) explicó que el tiempo de contagio podría extenderse hasta por un año..”, un alto porcentaje del total poblacional tendrá que contaminarse del virus y de ese, un porcentaje menor, habrá de morir y otro, ciertamente se recuperará. 

El semáforo, por lo que se ve, localmente se mantendrá en rojo -hasta nuevo aviso- para preservar y privilegiar la vida. Lo demás, vendrá por añadidura. 

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