Texto al revés/ Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

A poco tiempo de haber iniciado su discurso en la sesión solemne del Municipio de Guayaquil, el Presidente Lasso reclamó a uno de sus asistentes por la dificultad de leer un texto al revés en el teleprompter, ese dispositivo invisible a los ojos de los espectadores, con el que los oradores limitados engañan al público, haciéndoles creer que no leen cuando, en realidad, lo hacen. 
Rodrigo Borja ha sido uno de los mayores críticos del teleprompter. De lo que se sabe, nunca lo usó cuando ejerció las funciones de Presidente. Tal era su capacidad oratoria que podía pronunciar largos discursos sin siquiera una nota, gracias a su singular capacidad intelectual y a sus vastas lecturas. 
De los líderes actuales, Jaime Nebot es otro que puede darse el lujo de hablar al público, al menos una hora seguida, sin notas y sin teleprompter, con un discurso coherente, bien trazado, y, sobre todo, con ideas y contenido. Para hablar así se requiere de cultura, conocimientos y capacidad retórica. 
Los excesos oratorios de Fidel Castro son de antología. Hablaba por tres horas desde el micrófono sin notas o algo que se le parezca. El exceso verbal del cubano terminaba aburriendo al público. 
A Rafael Correa no se le puede negar una sobresaliente capacidad oratoria, aunque, en no pocas ocasiones, recurría al teleprompter para no desviarse del libreto. Su sucesor, Lenin, por el contrario, solía reclamar siempre el texto para leer, al igual que el actual mandatario.
Desde que en la Asamblea se permitió que los asambleístas puedan leer sus intervenciones en el Pleno, el nivel de la oratoria parlamentaria ha descendido. Con gritos o lecturas mal efectuadas tratan de suplir algunos su incapacidad oratoria. El padre de la retórica, Aristóteles, sentiría pena por los políticos que, habiendo recibido la confianza ciudadana, son incapaces de dirigirse a la gente, con fluidez e ideas potentes.

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