¿Somos agentes de cambio o pilotos de destrucción?

Es una pregunta que me ronda la cabeza y se ahonda, cada vez que: informativos, noticieros, diarios y redes, se llenan de adjetivaciones y trascienden -con vehemencia- fundamentalmente los males, los desastres, la criminalidad, la violencia, la carencia y la incoherencia.
He aguardado, como muchos ciudadanos que se produzca un contraste. La antinomia que nos permita mirar algo diferente, algo positivo que, de vez en cuando y en medio de tanto morbo, nos aporte una sensación de paz y de buena ventura.
Y, no es que no haya nada diferente que contar. ¡Sí lo hay! Son muchas cosas buenas las que pasan en el País. Más de las que se imaginan. Más de las que se difunden.
Pero, las pupilas de un considerable número de quienes pueden transmitir y comentar, están como embebidas y absortas en una única categoría informativa. Seguramente, porque es más impactante, redituable y cercana a unos cuantos o a muchos intereses, que permiten bailar en la danza del misterio y la descalificación.
El país se desangra, no obstante, todas las acciones que se llevan a cabo en procura de atenuar y eliminar la criminalidad, la violencia y la inseguridad.
Sin necesidad de adentrarse en investigaciones, encuestas o formas “analíticas especializadas”, el común de la gente sabe y procura fuentes de primera mano que le permiten acceder a la verdad y, esa evidencia, les conduce indefectiblemente a la presencia insufrible de los grupos narco-delincuenciales organizados o reestructurados que, cada vez que los capos son apresados o eliminados, los sustituyen por una, dos o más cabezas que terminan estableciendo una agencia o sucursal del GDO intervenido.
Esa suerte de reproducción anómala de la criminalidad, sumada a la parafernalia legal en la que estamos sumidos (debatiendo axiomas, aumentando comas o retirando delitos y sanciones a conveniencia); y, a la difusión indiscriminada de la tinta roja, es desgastante.
Preocupa saber ¿qué se quiere? Y ¿qué se busca?
Tampoco es algo difícil de imaginar. En este mundo convulso, en donde: “San Juan de novedades es el último en llegar”, los “sabios de la Grecia”, aquellos que ni siquiera han tenido oportunidad de palpar la llaga, mucho menos aportar para su sanación, no paran de diseminar el hedor y la angustia para sofocar el ánimo y desgastar la razón.
Parece que estamos a buen tiempo para reemprender en una suerte de <sanatio globalis>.
Para que aquello ocurra, habremos de desprendernos de prejuicios y sesgos. Enderezar la mira y apostar por un gran cambio que, desde la constitución nos unifique y marque con certeza el derrotero a seguir. Ajustando “normas preferenciales”, eliminando las “dedicatorias” y generalizando la observancia y uso de la ley en todos los corazones. Defendiendo la vida y los “derechos humanos” de los individuos, pero sancionando con rigor la criminalidad, el abuso, la inmoralidad, la ruptura social y el que me importismo ciudadano.
Enterremos de una vez el fanatismo y la obsecuencia. Retomemos las buenas costumbres y volvamos a ser seres de bien. (O)