Portentos cósmicos/ Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

Galileo no pudo cerrar su mente sobre el mundo a su alrededor, ni sobre los cielos ubicados encima de su cabeza. Cuando la evidencia de sus propios ojos le puso en conflicto con las enseñanzas de Aristóteles, le fue imposible frenar su lengua, a pesar que su vida dependía de esa actitud.

La noción de Aristóteles de que la tierra era el centro fijo del universo y no giraba sobre su propio eje, era el meollo de la creencia cristiana de ese tiempo: “Solamente el centro del mundo podía ser la sede del drama de la salvación del hombre”.

Esta teoría tenía respaldo en la misma Biblia. En la historia de José, Él “hizo que el sol se quedara quieto”.

En el año 1600, Giordano Bruno murió en la hoguera por defender el gran trabajo del astrónomo Nicolás Copérnico, quien sugería que el curso de los planetas en el cielo podía explicarse bajo la suposición de que la tierra y los planetas giraban alrededor del sol.

El ataque furioso de la religión, organizado contra el progreso científico, alcanzó su clímax en Roma, en 1663. Galileo Galilei, enfermo, viejo, temeroso, el más grande físico y astrónomo de su tiempo, se doblegó ante la inquisición y repudió el trabajo científico de su vida, como “pecado contra Dios” … y así salvó el pellejo.

Si Galileo hubiese descubierto uno de los tantos Bosón cósmicos, como el Bosón de Higgs que hoy domina la mente científica del mundo y la curiosidad de los marchantes comunes; la Inquisición le habría convertido en chicharrón antes que alcance a decir Jesús.

El Bosón de Higgs es acontecimiento fantástico, el de la capacidad humana de formular la realidad en ecuaciones y buscar si se acomoda a lo que estas predicen. ¿Fin del misterio? En absoluto. Conquistada una parcela se abren muchas preguntas nuevas. Así es el caminar del hombre por este mundo.

No es de extrañar que los humanos, ante la pregunta esencia de si la naturaleza se rige por leyes y cuáles son, queramos añadir otra, la de por qué. El porqué de esa realidad y el porqué de nuestra existencia. Para este marchante común, ésta es la pregunta definitiva. Las demás enriquecen nuestra búsqueda. Estamos hechos para la apasionante tarea de vivir, que siempre es indagar e indagar en el misterio y tratar de acertar en esa indagación… algún día, algún siglo, algún milenio. (O)

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