Pontificando en crudo y en cocinado

Columnistas, Opinión

Inmersos en un mundo de cuestionamiento, incredulidad e insatisfacción frente a todo, y pretendiendo dar lecciones de comportamiento en temáticas sobre las cuales no se alberga experiencia alguna, difícilmente encontraremos un acuerdo de posiciones que permita superar actuales condiciones. “Palo porque bogas, palo porque no” parece ser la máxima que prima por sobre la existencia social ecuatoriana.

Por ello, seguramente en los próximos veinte días, estaremos expuestos y dominados por un afán inexplicable por pontificar, es decir, atosigados por la tendencia de algunas personas a expresar opiniones de manera arbitraria o a considerarse a sí mismas como una autoridad en ciertos asuntos, sin necesariamente serlo. Auto erigidos en profetas, con un léxico plagado de mentiras, blasfemias y adjetivaciones buscarán todas las formas para atacar, violentar y maltratar a la sociedad nacional y a sus autoridades más visibles.

Será a no dudarlo, un fenómeno temporal interesante desde las perspectivas: psicológica, social y comunicativa.

Psicológicamente, porque ese afán de sentirse erudito bien podría estar motivado por una necesidad de afirmación personal, de valoración o reconocimiento por los demás. La autoestima, la necesidad de control o la búsqueda de identidad, pueden jugar un papel importante en ese comportamiento.

Socialmente, porque pontificar puede ser una manera de establecer o mantener una posición de poder o liderazgo dentro de un grupo. En algunos contextos, ser percibido como una autoridad o como alguien con conocimientos especializados puede conferir estatus social e influencia.

Comunicativamente, en cambio, porque el acto de pontificar puede tener efectos mixtos. Por un lado, ser efectivo para persuadir o influir en otros, especialmente si el individuo tiene credenciales o experiencia reconocida. Por otro lado, generar rechazo o resistencia, especialmente si se percibe como desmesurado o no justificado.

En última instancia, el deseo de pontificar refleja aspectos de la naturaleza humana, muchas veces reprimidos, relacionados con la comunicación, el estatus, la identidad y la interacción social, que terminan aflorando en algún momento. 

En tratándose de un tema multifacético puede ser explorado desde diversas disciplinas y perspectivas; y, practicado sin restricciones. Tanto que ya han aparecido algunos de esos pontificadores revestidos -inmisericordemente- de frustraciones, rabia y mala intención. 

De ahí que se haga indispensable advertir el juego con antelación y mesura, para que el propósito nacional -constitucionalmente previsto- del referéndum y la consulta popular no sufra el embate de estas supuestas “genialidades del conocimiento” carentes absolutamente de perspectiva y poseedoras de un afán sin límites de causar daño y frustración al intento de desarrollo, pacificación, seguridad y respeto institucional que como sociedad demandamos.

La negación por la negación será el slogan al que recurran los falsos profetas y los prestidigitadores del desastre, en su aproximación a la ciudadanía para vender humo, obscurecer la visión social y desacreditar el esfuerzo para mejorar la Carta Fundamental. No les queda de otra. Cuando “sastrearon” en Montecristi, no se les ocurrió ni por mala idea que se pudieran introducir modificaciones y cambios a su acorazado constitucional y eso, les preocupa sobre manera, les quita el sueño y les rompe los esquemas.

Por ello, la exagerada confianza con la que aparentemente se está llevando el proceso, deberá reponerse de serenidad y descansar en una suerte de acercamiento y difusión urgente y a profundidad de los atributos y las razones que asisten al cambio normativo que se persigue. Porque es tiempo de que la ciudadanía escuche, entienda y decida conscientemente su destino.

Solo así, podremos juntos, autoridades y pobladores engrosar las filas de la certeza y facilitar el ajuste normativo constitucional y legal que la realidad demanda y requiere con urgencia.

Abril será período de cambio. (O)

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