Optimismos

Sí, aquello del “vaso medio lleno o medio vacío” para catalogar a alguien de optimista o pesimista es “caho viejo”, lo sé, pero no pierde validez ni actualidad porque, muy trillado y todo, grafica con precisión lo que representa en la práctica ser uno u otro.
En principio, la lógica nos dicta que los dos tienen razón, sin embargo, no siempre la razón está en lo correcto. La clave está en la actitud con que se transmite el mensaje. Mire: no es lo mismo que el entrenador de un equipo de futbol, todo compungido luego de perder un partido, les diga a sus pupilos que jugaron mal, que se siente desolado y se marche con la cabeza gacha. A que, en la misma situación, un sonriente entrenador a voz en cuello les señale que solo fue un resbalón, que confía en ellos para el próximo partido y les motive a gritar al unísono: ¡Sí se puede!
Definitivamente pesa más lo actitudinal antes que el mensaje o los hechos, por lo tanto, lo acertado será siempre y en cualquier circunstancia ver el vaso medio lleno. Pregunto: Y si es así de obvio, ¿por qué muchas veces nos empeñamos en abrazar lo negativo? ¿cuál es el afán de tener razón antes que vivir tranquilos, felices y con esperanza?
Por todo eso, la consigna debe ser: “Sí, decido ser irreductible e irremediablemente optimista”, aunque el mundo se venga encima, aunque estalle la tercera guerra mundial, aunque el dolor nos desgarre, aunque ya no haya fuerzas ni razones para serlo, porque nada pasa por accidente ni por casualidad, porque no existen las coincidencias y porque todo lo que nos sucede responde al plan de Dios y nos proporciona una lección que Él quiere que aprendamos.
En este punto seguramente usted dirá: “Todo bien, pero, como que en la práctica tanto optimismo no es muy real que digamos en una situación crítica, ¿no?” y tiene toda la razón. El caso es que seguimos pensando en el optimismo tradicional, ese que se basa en el mundo de las formas, en creer que, como por arte de magia, las cosas externas van a mejorar.
Y no necesariamente es así, o sea, no es que esté mal, pero, sepa usted, que hay un optimismo que va mucho más allá. Se trata del optimismo liberador que no nos obliga a ver el lado positivo de las cosas, sino que, sin desconocer la dura realidad, nos invita más bien a descubrir el único y verdadero lado positivo, el que mora dentro de cada uno de nosotros: la luz divina.
Seamos ese optimista que no solo tiene buena vibra e irradia positivismo, sino, sobre todo, seamos aquel que se muestra tan ciegamente confiado en su luz y amor pleno que no ve las nubes porque camina sobre ellas.