Ofertas de campaña / Mirian Delgado Palma

Columnistas, Opinión

En el evento denominado “Ecuador debate 2021”, organizado por iniciativa del Consejo Nacional Electoral con el propósito de promover el voto informado de la ciudadanía en las próximas elecciones del 7 de febrero, a fin de conocer a fondo las propuestas de campaña, ejes programáticos y demás promesas de los candidatos, para llegar a la Presidencia del Ecuador; generó grande expectativa por quienes nos interesamos por el destino de nuestro País.

Lo primero que llamó la atención fue mirar rostros de postulantes que jamás los hemos visto trajinar en el ámbito político o haber ocupado altas dignidades en la actividad pública o privada, de manera que nos sorprendió a la mayoría de los ecuatorianos la aparición inusitada de estos advenedizos que se han arriesgado, no sé con qué interés para lanzarse sin ningún tapujo como opcionales líderes de nuestro país.  En realidad, a otros personajes se los ha identificado por su afición al canto o “artista de farándula” o alguna otra aptitud, de tal manera que nos queda la duda ¿qué o cuánto saben y conocen de la realidad de nuestro país?

Es innegable que la Constitución de la República del Ecuador dentro del ámbito político establece que los ciudadanos ecuatorianos gozan del derecho de elegir y ser elegidos, desempeñar empleos y funciones públicas, según las disposiciones de la ley; pero, no es menos cierto que para ostentar la dignidad de “Jefe de Estado” los posibles postulantes deberían ser honestos, éticos y honrados para valorar sus potencialidades en  manejo de tan altas como delicadas funciones, o lo que lo llamaríamos con una sola palabra poseer la calidad de “Estadista”, es decir una persona “experta en asunto de Estado y política”, aquello  implica acreditar capacidad integral para desempeñarse con eficiencia en el contexto del quehacer nacional.

Es lamentable que ciertos partidos políticos se encuentren constituidos por grupos de interés o sea por comunidades organizadas en relación con la satisfacción de sus propios beneficios, deponiendo los grandes ideales y proyectos comunes de los ciudadanos. Sería saludable que aquellas se instituyan con sentido de unidad, solidaridad y justicia, que los partidos se organicen con sentido nacional para superar las condiciones infrahumanas de la pobreza. Esta debería ser la prioridad número que oriente la disputa por el poder

Estas organizaciones se abanderan con el slogan de que son los verdaderos y únicos representantes y salvadores de los intereses del pueblo, que no hay otras, al hacerlo sin contar con una sólida participación popular, lo que han propiciado es cristalizar odios, violencia y revanchismo, sin ofrecer resultados tangibles, restándolo por tanto dinamismo a las fuerzas de cambio que deberían representar.

De allí que nos queda la lectura de que los partidos políticos asumen como única función posible y relevante organizar los procesos electorales. Ante el predominio de la función electoral, los partidos políticos se convierten en instrumentos del clientelismo. Los conceptos de carácter conceptual y de bien común pasan a segundo o tercer plano, en cuanto a sus prioridades político-partidistas. Estas son las razones que desvirtúan la función democrática de los partidos políticos, en las que prevalecen las ofertas infundadas y astutas de campaña para llegar al poder.

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