Normar los espectáculos públicos / Jéssica Torres Lescano

Columnistas, Opinión

Revisando «Ecos», semanario de difusión cultural de 1936, encontré un artículo titulado «Mejoramiento del servicio de espectáculos en Ambato». En el documento se hacía un llamamiento a la población que concurría el teatro local para mantener ciertas normas de conducta. El concejero comisionado de espectáculos -figura que era parte del Concejo Municipal- solicitaba entre otras formas de actuar: la puntualidad, la «corrección y buenas maneras» y la instalación de servicios higiénicos en estos espacios.

Estas resoluciones eran dadas por la preocupación que causaba la falta de «corrección», escribían que «no es raro el ver arrojar colillas encendidas de cigarrillos y hasta escupitajos que van desde la galería a las lunetas» (Ecos, 27 de noviembre de 1936). Al leer esta descripción, inmediatamente recordé el libro «¿Relajados o reprimidos?» del historiador Juan Pedro Viqueira Albán. Sobre el control del teatro en la Nueva España del siglo XVIII señala: “algunos espectadores de los balcones y cazuelas arrojaban descuidadamente, sobre los concurrentes del piso bajo, cabos de cigarros encendidos y cáscaras de frutas. Otros llegaban hasta a escupir, suscitándose con esto altercados y riñas entre el público” (1987, 89).

En el libro el autor explica que, tras la aplicación de las reformas borbónicas, se lograron controlar en cierta medida las diversiones públicas (toros, teatro, carnaval, juego de la pelota), sin embargo, no se modificó el gusto público a pesar de la vigilancia, el castigo, las amenazas y las propuestas educativas de la élite. Según el autor, el proyecto de la élite ilustrada era educar al pueblo con la asistencia masiva del teatro. En teoría, esta era una manera de mostrar los modales que la gente debía adquirir. Empero, el pueblo asistía a las obras de comedia y se cometían desmanes durante la obra de teatro, muestra de que los gustos de la gente no fueron modificados.

Regresando a Ambato de la primera mitad del siglo XX, sobre la petición de la puntualidad se dice: «hemos resuelto que, en adelante todas las funciones, en lugares de espectáculos públicos, comiencen a la hora precisa, oficialmente controlada, que aparezca en los anuncios respectivos». Sobre las buenas maneras de comportamiento, estas buscaban que «todo asistente se lleve una impresión favorable de nuestro pueblo» y sobre los servicios higiénicos, se sugiere la presentación de planos para su instalación, así como la colocación de ventiladores.

Estas recomendaciones, estaban controladas por la policía municipal y el concejo cantonal. Finalmente, la intención de este artículo fue acercarse a las formas de normar las diversiones públicas locales, en este caso, el teatro. Asimismo, señalar que las élites intentaron regular estos espacios cerrados mediante la reglamentación. Como vimos, situaciones similares ocurrieron en otros lugares; espacios que cada vez permitían un mayor acceso y disfrute de la cultura popular. (O)

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